FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

miércoles, 28 de octubre de 2015

¡Ay, la motivación, la motivación...!

Visto así, sin más, me parece una solemne y peligrosa majadería.
Hay ciertas palabras que en cuanto las oigo se disparan en mi todas las alarmas. Gilipollez al canto, me digo. Diálogo imposible, concluyo. Cambio de tercio. Hablemos del tiempo.
Motivación es una de ellas, y de ella voy a hablar asumiendo que más de uno puede pensar que cómo es posible que un profesional de “estas cosas” diga “semejantes atrocidades”, pero es que resulta que es precisamente por eso, porque llevo muchos años siendo profesional de “estas cosas”, por lo que digo lo que digo, con conocimiento de causa y por mi experiencia diaria.
Y empecemos a hablar clarito. Soy profesional de “trinchera”, no de cuartel general. Y la “guerra” se ve y se vive de muy distinta forma desde el despacho y la conferencia, que desde el aula, de muy distinta forma.
Y este es el primer problema. Toda esa legión de psicólogos y pedagogos de la motivación que, con planteamientos muy discutibles y a menudo inaplicables, han contaminado a muchos padres y algunos profesores, creando como consecuencia situaciones muy difíciles en el día a día del aula y un deterioro progresivo del sistema educativo.
Y el segundo problema, más grave, está oculto en el primero y hay que sacarlo a luz. No se trata ya de que estos señores pretendan decir lo que hay que hacer en aula sin haber pisado una en su vida, como no sea de visita, sino además que el fundamento pedagógico sobre el que se suelen sustentar sus teorías es a mi juicio falso y sus consecuencias, devastadoras.
Veamos. A todo “bicho viviente”, tengamos la edad que tengamos, hay cosas que nos gusta hacer y cosas que no. Y el que nos guste hacer algo es la mejor de las motivaciones para hacerlo. ¿Cierto?
Pero claro, no hacemos sólo lo que nos gusta, o al menos no debemos hacer sólo lo que nos gusta, sino otras muchas cosas que nos gustan menos o incluso que no nos gustan nada, lo que evidentemente nos cuesta mucho. Y esto nos pasa a todos, niños, jóvenes y adultos. ¿Sí?
Llegados a este punto, sesudas mentes se lanzaron a la búsqueda de las causas por las que muchos niños y jóvenes se resistían a hacer lo que no les gustaba y concluyeron que era porque no estaban motivados, no porque no les gustaba, que era lo obvio. ¿Y quién no les motivaba? Lógicamente los responsables de tal desaguisado eran los maestros y profesores que no sabían motivarlos.
Este es, desde mi punto de vista, el segundo gran error, el más grave, porque implica una visión de la educación muy “mona”, políticamente muy correcta, pero del todo irreal.
¡Claro!, vino entonces lo de inventar mil zarandajas para motivar a los alumnos. La motivación era la panacea que la educación necesitaba. Dibujitos, colorines, pantallitas, dinámicas varias, ser siempre muy simpático e incluso si se tercia, vestirnos de lagarterana para dar “mates”, o de Caperucita roja para dar lengua, si eso les motiva.
Y a nadie se le ocurrió pensar eso de que aunque la mona se vista de seda mona se queda. Dicho de otro modo, si al nene no le gusta el lenguaje, no le gusta, por mucho que lo adornemos y rebocemos para que le resulte motivador. La cuestión es que si no le gusta, peor para él porque no estará motivado. Entrará en juego entonces eso del esfuerzo y el sentido del deber. “Mira nene, lo has de hacer, te guste o no, porque debes hacerlo, es tu puñetera obligación. ¿Entiendes chiquitín?”
¿A dónde voy a parar? A que la pedagogía de la motivación ha acabado de hecho con la pedagogía del esfuerzo y la responsabilidad. Y a la vista están los resultados.
Y es una lástima porque no son incompatibles. ¡Claro que el “profe” tiene que hacer amena la clase, buscar recursos para captar la atención de los alumnos, vivir su asignatura (dicen que eso motiva mucho), conocer la realidad vital del alumno… y más; pero lo importante no es sólo eso, que lo es. Lo importante es también que el niño, el joven, entienda que si le gusta la asignatura, el modo de darla del “profe”, genial, estupendo, mejor para él; pero que si no le gusta, da exactamente lo mismo. El problema lo tiene él. Esfuerzo y sentido del deber son la solución. En otras palabras: adonde no llega la motivación ha de llegar la obligación. Y punto.
Una pedagogía de la motivación sin una pedagogía del esfuerzo y el sentido del deber, (que nos lleva a hacer lo que debemos, nos apetezca o no), es el caldo de cultivo ideal para criar “perros, vagos y maleantes”. En el equilibrio entre ambas está el éxito.
Para acabar, una última reflexión a propósito de esto. Y quien quiera y pueda leerla también entre líneas que lo haga. Cuántas más realidades conozca el niño, cuánto más rico y variado en estímulos sea su entorno, más “cosas” le gustarán, para más “cosas” estará pues motivado, menos tendrá que echar mano del “lo he de hacer por que es mi obligación”.
¡Cuidado con los eucaliptos! Se hacen muy grandes, pero a su alrededor no crece nada.

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