FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

martes, 20 de marzo de 2018

Orillas del Duero.



Hemos despedido al invierno en Castilla. Medinaceli, Burgo de Osma, Soria, Santo Domingo de Silos… las tierras del alto Duero, el alto llano numantino, la tierra de Alvargonzález, el camino del Cid… Gustavo Adolfo Bécquer, Antonio Machado, Miguel de Unamuno, Gerardo Diego…
Tierra donde la literatura, el arte y el paisaje se funden en historia y alma. Páramos helados, pardos y grises; la nieve, a veces mansa, a veces revuelta por un viento gélido, nos acompañó todo el viaje. Allí todavía era invierno, aunque estábamos al filo de la primavera.
Primavera recién llegada, a la que quiero recibir con un  poema de Antonio Machado que he estado recitando en mi interior todos los días, a veces sin darme cuenta. Orillas del Duero.
   
Se ha asomado una cigüeña a lo alto del campanario.
Girando en torno a la torre y al caserón solitario,
ya las golondrinas chillan. Pasaron del blanco invierno,
de nevascas y ventiscas los crudos soplos de infierno.

Es una tibia mañana.
El sol calienta un poquito la pobre tierra soriana.

           Pasados los verdes pinos,
casi azules, primavera
se ve brotar en los finos
chopos de la carretera
y del río. El Duero corre, terso y mudo, mansamente.
El campo parece, más que joven, adolescente.

          Entre las hierbas alguna humilde flor ha nacido,
azul o blanca. ¡Belleza del campo apenas florido,
y mística primavera!

          ¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera,
espuma de la montaña
ante la azul lejanía,
sol del día, claro día!
¡Hermosa tierra de España!

Nada de esto hemos visto estos días. Cigüeñas sí. Seguía "el blanco invierno de nevascas y ventiscas con sus crudos soplos de infierno". Pero bien tapados como íbamos, contemplando aquella "pobre tierra soriana", podíamos acabar, como lo hace Antonio en el poema, exclamando, "¡hermosa tierra de España!".
Porque esta tierra es hermosa en la dureza helada del invierno, en la luminosa y tibia primavera, en el terrible verano y en el dulce y recogido otoño.
Tiene Castilla, en esa belleza austera y extraña, algo que embruja. Sus extensos páramos solitarios, sus altas sierras, sus largos ríos, sus pueblos pequeños, sus ciudades antiguas, sus castillos, iglesias, monasterios, te hacen recogerte en ti mismo a la vez que te lanzan a la contemplación de lo creado, de lo creado por Dios y de lo creado por el hombre, creaciones que allí se unen en asombrosa armonía.
A lo largo de la historia han sido muchas las personas que, por Castilla, han quedado hechizadas. De la mano de todos los que han quedado tocados y nos lo han dejado escrito para siempre, gozamos estos días, una vez más, de esa tierra donde habita el alma de España.

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