Cuando
la semana pasada me encontré frente al David de Miguel Ángel, tras haber
visitado un momento antes su tumba, me entraron unas ganas infinitas de poder
estar allí un rato largo, largo, en silencio, tan solo con Isabel y mis amigos,
contemplando; recreando con los ojos de la imaginación la trasformación de un
bloque de mármol en aquella perfección.
No muy
lejos está la altiva cordillera, los Alpes Apuanos, de donde salió esa piedra
que Miguel Ángel elevó a la categoría de obra de arte absoluta. Poco quedará de
su cuerpo en ese monumento ante el que, no sin emoción, acababa de estar
diciéndome a mí mismo, ahí está.
Pero no, lo que allí queda no es nada. En verdad Miguel Ángel está en esa prodigiosa escultura que te deja boquiabierto, y en el Moisés, y en La Piedad, y en la Capilla Sixtina… Vive entre nosotros en su obra, en la belleza y la grandeza de una obra gigantesca que, como otras, es un rayo de luz en la oscuridad del mundo.
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