Digo
yo que me sorprenden las palabras del señor Clariana aún estado de acuerdo con
él en todo excepto en que es un problema de educación. Y lo es, pero no solo de
educación.
De
entrada no es respetar la montaña atraer a ella a multitudes cuyo objetivo no
es el conocimiento y disfrute de la montaña sino otros ajenos a ella, y muy
agresivos, sin tener en cuenta para nada la sostenibilidad de esas actividades
en un medio tan frágil como el Pirineo.
Pero
da dinero, y claro. Poderoso caballero…
Lo que
está pasando es consecuencia directa y evidente de muchos factores.
Primero.
Una publicidad exagerada y engañosa para atraer multitudes a las montañas. Ya
están ahí, y ahora no sabemos qué hacer con ellas. Y luego pasa lo que pasa.
Segundo.
La trasformación del medio natural, en particular las montañas, en un
polideportivo. Las carreras de montaña y las bicicletas son una seria agresión
que no solo no se regula sino que se incentiva. Y luego pasa lo que pasa.
Tercero.
La confusión entre montañero, turista y deportista. Nada tienen que ver. El
turista va una vez y no vuelve o lo hace de tarde en tarde. Al deportista le
importa su deporte, no la montaña. Y luego pasa lo que pasa.
Cuarto.
Las redes sociales y la obsesión de mucha gente por exhibir sus “proezas”. Son las
redes las gradas de ese polideportivo en el que han convertido a los Pirineos y
a la montaña en general.
Quinto.
La nefasta influencia en muchísima gente de individuos como Kilian Jornet o
Jesús Calleja que enseñan una forma de acercarse a la montaña muy agresiva y
nada sostenible.
Después
de todo recogemos lo que sembramos, como siempre. Pero no nos quejemos si
siembro tomates y cosecho tomates. ¿Cómo pretenden que la gente vaya en
condiciones por el valle de Benasque, por ejemplo, si dentro de nada tendrá
lugar el trail del Aneto? ¿Cómo van en esa carrera?
Y como
esto, todo.
Y a
buen seguro que hay más factores que explican lo que está pasando. A mí me da
pena y rabia, pero me consuelo pensando, “que me quiten lo bailao”. Durante
años, muchos, disfruté de unos Pirineos limpios, libres, solitarios, donde sólo
había montañeros y montañeses.
Y
gracias a esos años, hoy puedo encontrar parajes intactos donde es posible no
ver a nadie en un día espléndido de julio o agosto, aunque sea fin de semana. Sé
cuándo y por dónde subir cimas “con nombre” como lo hacía hace 40 años. Y sigo
descubriendo cumbres y valles, cuyos nombres a nadie le dicen nada, pero que
tienen la rotunda belleza que cuando era un adolescente me cautivó
enganchándome para toda la vida. Sé dónde encontrar la sagrada soledad de las
montañas, y envuelto en esa soledad aún puedo escuchar los ecos secretos del
silencio.
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