Dicen
que solo se ama lo que se conoce; y es verdad. Por eso me duele tanto el
incendio forestal que ayer por la tarde se inició en Calles y que aún sigue. No
sé en estos momentos cómo está, porque las informaciones a las que tengo acceso
son contradictorias, pero aún en el caso de que ya esté controlado y en vías de
extinción, la zona que ya ha devastado la conocía muy bien.
Frondosos
y antiguos pinares, algunos de regeneración natural tras un anterior incendio,
barrancos profundos, paredes rocosas y laderas verdes… E inmensos panoramas
desde las cimas.
He recorrido sus sendas y caminos con sol y cielos azules; con nubes, nieblas, lluvia y tormenta; con frío y calor o con esa temperatura envidiable de nuestros otoños y primaveras. Me he tropezado con cabras montesas, con corzos, con jabalíes, con zorros. Han volado sobre mí águilas y buitres, y he sorprendido alguno en un peñasco, oteando el horizonte.
Es
aquella una región hermosa y solitaria.
No
quiero pensar qué me encontraré cuando pase todo, cuando todo se olvide, cuando
casi todos lo olviden. Yo no lo olvidaré, no puedo olvidarlo, como no puedo
olvidar tantos y tantos rincones que año tras año me han ido arrebatando.
Porque
me los arrebatan. Me los roban. El monte no arde él solo por mucho calor que haga; antes moriríamos
nosotros asfixiados. Salvo los rayos, y solo alguna vez, todos los fuegos los
iniciamos nosotros.
Con o
sin intención, somos nosotros, nuestra estupidez, nuestra dejadez, nuestra
indiferencia, nuestra maldad. Cierto que está el accidente puro y duro, aunque
la mayoría de las veces sería evitable con prudencia y sentido común. Y a esto
hemos de añadir el abandono, la gestión torpe e ineficaz y el cambio climático
que nos augura veranos todavía peores que este que estamos sufriendo.
El
monte, los árboles, son vida; malos tiempos corren para la vida. Pero, ¿a quién
le importa? De verdad, ¿a quién le importa el fuego de Calles, el de Venta del
Moro, el de la sierra de la Culebra…?
A mí
sí me importa. Por eso no quiero ver imágenes del monte en llamas, sea el que
sea, ni escuchar la declaraciones de los políticos, por “muy verdes” que sean.
No hacen nada de verdad eficaz para evitar estos desastres.
Siempre
me importa un incendio forestal, y me duele, pero cuando como el de Calles, lo
que está arrasando formaba parte de mí desde hace tantos años, el dolor, la
rabia, la indignación y la impotencia me hacen mucho, mucho daño.
Y el
miedo también me hace daño, porque aún estamos en julio; aún queda mucho verano
por delante. Y tengo un miedo que no consigo quitarme de encima.
A
continuación, cinco fotos de algunas de las zonas a donde ha llegado o puede
llegar el fuego. No lo sé con certeza. Las hice un día gris de primavera.
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