Almorzábamos
hoy en un pueblo no muy lejos de aquí, muy bien por cierto, cuando a la mesa
contigua han llegado seis jóvenes, unos más que otros, pero jóvenes.
Pronto
nos hemos dado cuenta de que hablaban simultáneamente tres idiomas. Castellano,
valenciano e inglés. Se pasaban del uno al otro, y luego al otro, con absoluta
naturalidad y fluidez.
La
escena me ha encantado, de verdad. Unos dominarían más uno que otro. Cada uno
tendría su lengua nativa. Pero daba igual, se entendían a las mil maravillas.
Y no
he podido evitar el pensar en toda esa gente que utiliza las lenguas para
dividir, enfrentar y excluir. Que las imponen a golpe de decreto empleando en ello
fabulosas cantidades del dinero de todos.
Y me
han dado pena, porque se pierden uno de las maravillas del ser humano; la
capacidad de disfrutar de la lengua como herramienta privilegiada de encuentro
y de diálogo. Porque al perder el respeto por las lenguas, excepto por la suya, pierden el respeto
por quienes las hablan y por todo lo que hay detrás de ellos, acabando en un patético narcisismo
lingüístico que les empobrece y aísla del resto del mundo
¡Qué
bonito escuchar a la vez estas tres lenguas! Y de verdad, no había predominio
de una sobre otra. Un bonito acompañamiento a un excelente almuerzo.
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