Sumergidos
ya en plena campaña electoral, aunque de modo extraoficial, empiezan a oírse
sandeces, tonterías y mentiras que también se oyen a lo largo de los años, pero
con menos intensidad.
Escuché
el otro día que hay que controlar los precios de los alimentos básicos por ley.
Y se quedaron tan anchos.
Bonito
queda decirlo y más escucharlo, porque es cierto que están desbocados y que a
demasiada gente le cuesta llegar a fin de mes. Pero decir que hay que poner
freno a este desatino por real decreto, es una imbecilidad y una simpleza con
el único objetivo de recoger votos. El problema es muchísimo más complejo que
aprobar una normativa en el Congreso. ¡Ojalá fuera tan fácil!
Me
explico.
El principio
más elemental de la teoría de sistemas es que el cambio en un elemento del
sistema provoca cambios en el sistema entero. Y esto es un hecho irrefutable,
ampliamente demostrado.
El
precio de los alimentos en el mercado es un elemento más del sistema económico.
Alterarlo por ley provocaría cambios en el sistema entero, muchos de los cuales
pueden no ser deseables por ser contraproducentes y porque con gran
probabilidad perjudicarían, como siempre, a los más desfavorecidos.
Claro
que hay que controlar y reducir los precios, y no solo de los alimentos, y
mantener el poder adquisitivo de las familias. Pero decir que eso se puede
hacer por ley es una solemne majadería, una mentira cuyo único objetivo es
recabar votos.
Y
ahora viene mi reflexión. Quienes prometen eso, si saben que lo que dicen no es
realmente posible, son unos farsantes y unos mentirosos, cuyo objetivo real es
perpetuarse en el poder. Pero si no lo saben, si creen que sí es posible, y lo
dicen honestamente, son unos pobres ignorantes y unos ingenuos.
Ignorantes
o farsantes. Gente tonta o gente mala. O ambas cosas a la vez, que también es
posible.
Y el
problema final es que acabará pagándolo pocaropa. Porque si no hacen lo que
dicen, los que se fían de ellos, se quedarán con dos palmos de narices, igual
que estaban. Y si lo hacen, o intentaran hacerlo, provocarían un caos en el
sistema económico que repercutiría, sobre todo, en los más desfavorecidos; como
siempre.
Hay
que estar atentos a los cantos de sirena que provoca la cercanía de las urnas.
Y como Ulises, no escucharlos; el pidió a sus hombres que lo ataran al mástil.
Amarrémonos también al mástil del sentido común y de la capacidad crítica, más
allá de ideologías cargadas de prejuicios. Y superemos el mantra de las
derechas e izquierdas. No las hay; hay gestores buenos y honestos, y
sinvergüenzas; en todas partes.
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