Carta abierta a Isabel Celaá, Ministra de Educación.
Pienso
que a cualquier persona, libre de prejuicios y amante de la libertad y la
democracia, la ley que han bautizado con su nombre le repugnará por su contenido y por sus formas. El atentado contra el castellano, de extrema gravedad, no me sorprende; y el golpe, otra vez, a
la escuela concertada, tampoco, pues siguen ustedes sin ser capaces de superar su
aversión a ella, tan demócratas, pluralistas e inclusivos que dicen ser.
También
es de vergüenza que sea una ley de educación más. Siguen sin ser capaces de
ponerse de acuerdo en algo tan importante para un país como la educación. No
hay pacto alguno. Llevamos con esta, ocho leyes de educación. Desde el año 70
salimos a una cada seis años, lo que hace imposible cualquier avance
significativo en este terreno. ¿No le da vergüenza? ¿Por qué no dejan las cosas como están hasta que se pongan de acuerdo, hasta que sean capaces de aprobar una ley de educación para todos? No olvide que todos tenemos derecho a un lugar bajo el sol en España, aunque no pensemos como ustedes; y que olvidar esto siempre ha tenido trágicas consecuencias.
En
cuanto al nivel educativo y la calidad de la educación, con su ley el descenso está
garantizado, y ya es difícil bajar más aún los niveles que tenemos. Pero
siempre se puede hacer peor, o mejor, según se mire, si confundimos educación
con manipulación. Y quizá de eso se trate, señora Celaá, de alcanzar una educación estatal, y
que sea el estado y sólo el estado quien, bajo el pretexto de educar, adoctrine
a niños y jóvenes según sus principios, considerados los únicos válidos; lo demás les da igual. Es este uno de los pilares de los totalitarismos, ¿sabe? Es su ley una ley con vocación de estado totalitario.
También
para llegar a esto es importante, y la ley lo hace, no llamar a nada por su nombre, cubriéndolo
todo de un barniz, tan brillante y bonito, que impida ver la podredumbre de lo
barnizado. Se trata de disfrazar los problemas, que no son pocos en la
educación, para ocultarlos, en vez de reconocerlos, única forma de poder
resolverlos. Pero es que el objetivo no es resolverlos, ¿verdad? Tienen ustedes, tiene usted, en esto de la educación, objetivos ocultos e inconfesables en una democracia.
Todo
esto está teniendo ya una consecuencia trágica desde hace tiempo, pero que con
esta ley irá a más. Sólo los hijos de la gente con mucho dinero podrán estudiar
“como Dios manda”, en colegios privados, o yéndose fuera de España, a países
donde se tomaron, ya hace tiempo, la educación en serio. Aquí nos quedaremos el montón... Con estos desatinos favorecen a las élites, ¿lo sabe?
Pero
de todo esto, lo que más me está irritando ahora es el cuándo. No es momento de aprobar
una nueva ley de educación, ni de aprobar nada importante como no sirva para
sacarnos lo antes posible del infierno en el que estamos.
Hacerlo
ahora, en plena pandemia, con una sociedad asustada, cansada, sin futuro
claro, desorientada; con una sociedad ahogada en sueños rotos, ilusiones
destrozadas, proyectos deshechos; con una sociedad privada de lo que nos hace
más humanos, el beso, el abrazo, la fiesta, la tertulia en la madrugada con los amigos; con una sociedad sin
libertad de movimientos, sin libertad de reunión, sin libertad de
manifestación en las calles; con una sociedad en estado de alarma... Hacer esto ahora es el colmo de la prepotencia
y la desvergüenza.
No, en
este momento no toca hacer esto. Y sepa que hacerlo demuestra la ínfima categoría moral
de quien lo hace; demuestra lo mezquino, miserable y rastrero de su conducta,
pues aún en el caso de que el objetivo fuera loable, que no lo es aunque sólo sea porque no parte del consenso, la forma de
alcanzarlo es del todo inaceptable.
No,
así no se gobierna. Esto no es libertad, no es pluralismo, no es igualdad. No.
No lo es señora Celaá. ¡Qué triste! ¡Qué triste!
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