Escribí
esta entrada hace muchos meses, pero no me decidía a publicarla por eso de que
la libertad de expresión está en franca retirada sin que a casi nadie parezca
preocuparle. Pero hoy, por ser el día que es, me he decido.
La
violencia contra la mujer es un problema serio, grave, urgente. Es muy injusto
y doloroso lo que, a menudo en silencio, tienen que sufrir muchas personas del
sexo estúpidamente llamado débil; denominación está que arranca del meollo
mismo del problema, el machismo.
Pero
no nos lo quitamos de las manos. Incluso a veces parece que va a más, y desde
luego, con la pandemia, se ha agravado añadiendo dolor al dolor. ¿Y por qué?
¿Por qué está costando tanto acabar con estas terribles e injustas
situaciones?
¿A
nadie con autoridad para tomar decisiones se le ocurre pensar que el problema
que están intentando resolver lo están agravando? Piensan y dicen que la culpa
la tienen otros; todos menos ellos. Es lo más fácil. ¿Por qué no se paran a
pensar que algo estarán haciendo mal cuando esta violencia que intentan
erradicar continúa o incluso va a más?
Reiterativos
y manidos discursos políticos, minutos de silencio en las plazas, más dinero y
recursos, mayor presencia y presión policial, cambios en la legislación, letreritos diseminados por doquier… Todo eso,
siendo útil, es del todo insuficiente si no se enfoca el asunto de otra manera.
Y ese es el problema; está mal enfocado ¿Qué no lo ven?
Tanta
cerrazón y tan poca aparente inteligencia me ha hecho pensar que, en el fondo,
ellos, muchos políticos, no todos, ya saben que por ese camino no van a ningún
sitio, pero les da votos, a todos; a unos y a otros. Eso sí lo saben. Y París
bien vale una misa.
Ya sé
que es muy duro lo que acabo de decir, pero es que me resisto a pensar que sean
tan cortos, tan simples, que no se den cuenta de que nada están resolviendo por
el camino que van. Y entre tontos o mala gente, me inclino a pensar que los que
han llegado allá arriba no pueden ser tontos; son pues mala gente.
Y
hablo de ellos porque en esto hay un ellos y un nosotros. Y todos somos
culpables de lo que está pasando. Unos, ellos, por convertir un grave y triste
problema en moneda de cambio de los sucios negocios de la política; y otros,
nosotros, por no hablar, por no plantar cara por miedo al qué dirán, porque no
me tachen de ser de esta o aquella ideología, porque no me etiqueten.
Mientras
tanto el problema seguirá, incluso puede ir a más, por culpa de todos, y
subrayo lo de todos. Unos por acción y otros por omisión.
Yo no
quiero sentirme culpable de esta lacra social, como les gusta decir. Pero sólo
puedo hablar, por eso hablo.
No
vamos por buen camino.
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