Me he
enterado de que hoy han talado la palmera del cole. Hace tiempo le llegó el
picudo, y aunque han intentado salvarla no ha sido posible. Me ha dado pena, me
ha sabido mal.
Formaba
parte del paisaje cotidiano del colegio, y ahora, donde estaba, queda un hueco
grande, un hueco muy grande que nos recuerda el paso inexorable del tiempo.
La
palmera dio nombre a una de las puertas principales, la puerta de la palmera.
Por allí era por donde salían del centro los padres que tenían entrevista
cuando, ya tarde, la puerta de conserjería estaba cerrada; pueden salir por la
puerta de la palmera, está abierta por dentro, les decía.
Y en
primavera, por la mañana temprano, se oían multitud de pajarillos que se
afanaban en sus tareas un nuevo día. Me gustaba escucharlos cuando pasaba junto
a ella, camino del despacho.
Ya
estaba allí, más pequeñita, cuando hace casi cuarenta años empecé mi labor
docente. Ha tenido, durante todo este tiempo, una vida feliz la palmera,
creciendo rodeada del bullicio de los niños y de los pájaros. ¡Qué más podía
pedir!
En recuerdo y homenaje a la palmera del cole, comparto este poema de Antonio Machado en el que sitúa una en un parque un día invierno. Aparece el frío, que ya se deja notar por aquí, el sol, un viejecillo, los niños, la fuente y la palmera.
Es mediodía. Un parque.
Invierno. Blancas sendas;
simétricos montículos
y ramas esqueléticas.
Bajo el invernadero,
naranjos en maceta,
y en un tonel pintado
de verde, la palmera.
Un viejecillo dice,
para su capa vieja:
«¡El sol, esta hermosura
de sol!...» Los niños juegan.
El agua de la fuente
resbala, corre y sueña
lamiendo, casi muda,
la verdinosa piedra.
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