Empiezo
diciendo que a mí no me gusta el futbol, ¡qué le voy a hacer! Intenté que me
gustará, pero al fin no lo conseguí. Lo digo por si esto quita algo de objetividad
a lo que voy a decir a continuación. En ese caso, mis disculpas.
La
inesperada muerte de Maradona ha provocado, como era de esperar, no una
tormenta mediática, un huracán de categoría cinco, con todo tipo de titulares,
desde los más reposados y serenos, hasta lo más extremosos e histéricos
entrando de lleno en lo ridículo. Era de esperar.
Y
ahora viene mi reflexión. Este hombre fue, según dice mucha gente entendida en
la materia, uno de los mejores futbolistas del mundo, sino el mejor. En
absoluto lo pongo en duda. Además entusiasmó a millones de personas a quienes
hizo pasar inolvidables momentos. Argentina, y el mundo del fútbol, por todo esto, pueden y deben estarle siempre
profundamente agradecidos.
Pero
hasta aquí. No más. Su trayectoria como persona no es un ejemplo a seguir. Y lo
sé por los mismos medios de comunicación que ahora lo están elevando a los
altares. Igual nos han engañado durante estos años, como ahora nos están
engañando otra vez.
La
persona, el hombre que ha muerto, probablemente se nos escapa a todos,
sepultado por el ídolo en el que lo convertimos, causa esta, pienso, de su
prematura muerte. Y no lo juzgo, Dios me libre; pero sí puedo decir que más
allá del fútbol, porque hay vida y mundo más allá del fútbol, lo que de él nos
han contado los medios de comunicación, habrá hecho mucho daño a millones de
niños y jóvenes que hubieran querido ser como él.
¿Ser
como él? ¿Seguro?
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