La situación en estos momentos se ve con una claridad meridiana. Si en los meses de diciembre y enero siguiéramos, más o menos, como en noviembre, seguirían descendiendo los contagios, como de hecho lo están haciendo, y el inicio de las vacunaciones aceleraría este descenso. Y eso nos dejaría en una muy buena posición cara a la primavera.
Pero
no va a ser así, porque están el puñetero puente y las Navidades, y eso
provocará la tercera ola. Y no es que sea agorero, es que después de unos
cuantos años en este planeta conozco la naturaleza humana, conozco nuestra
naturaleza.
No
habría habido una segunda ola si el mes de agosto y el puente del Pilar
hubieran sido otra cosa muy distinta a lo que fueron; como no habría una
tercera si el próximo puente y las Navidades fueran lo que ahora, tal como
están las cosas, tendrían que ser.
Las
urgencias económicas, las necesidades afectivas, las ganas de juerga y fiesta, el cumplir las tradiciones, cuestiones estas que no niego en absoluto, tendrían en unos meses cumplida satisfacción si
aguantáramos el tirón que supone este mes que empieza mañana. Pero no va a ser
así.
La
combinación de políticos coherentes y valientes, con ciudadanos
mayoritariamente responsables y solidarios, es la mejor y más eficaz estrategia
que podemos tener ante el virus. Pero la cosa irá como irá porque en esta, nuestra sociedad, no tenemos ni
a unos ni a otros. Por esto no va a ser así.
Porque
no nos engañemos. No es el virus, por perverso y contagioso que sea, que lo es,
es nuestra forma de vivir, incoherente, insolidaria, a menudo ridícula y
absurda, lo que nos está desgraciando la vida, lo que nos está matando. Y disculpad
el tinte tan negro de esta entrada.
¡Ojalá
me equivoque!
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