Aunque
de momento, el esperando temporal por aquí está siendo decepcionante, el
ambiente húmedo, fresco y gris, y la ligera llovizna, han creado un buen ambiente
otoñal. Algo es algo.
El día
a mí me ha recordado el libro de Miguel Delibes, El Camino, y como natural
consecuencia, a aquellos años, cada vez más lejanos, en los que disfrutaba de
leerlo en clase con mis alumnos. Sí, disfrutaba del libro y disfrutaba de
verlos a ellos entrando en él; viendo cómo la buena literatura los atrapaba en
sus mágicas redes.
Permitidme
decir con nostalgia que eran otros tiempos.
Pues
bien, a modo de recuerdo entrañable, voy a compartir un fragmento del capítulo
diez en el que veremos a Daniel, Roque y Germán, un día de lluvia, en el pajar.
Por eso me he acordado hoy del libro, por la lluvia, por la lluvia que se
resiste a venir.
A
juicio de Daniel, el Mochuelo, era en estos días, o durante las grandes nevadas
de Navidad, cuando el valle encontraba su adecuada fisonomía. Era, el suyo, un
valle de precipitaciones, húmedo y triste, melancólico, y su languidez y apatía
características desaparecían con el sol y con los horizontes dilatados y
azules.
Para
los tres amigos, los días de lluvia encerraban un encanto preciso y peculiar.
Era el momento de los proyectos, de los recuerdos y de las recapacitaciones. No
creaban, rumiaban; no accionaban, asimilaban. La charla, a media voz, en el
pajar del Mochuelo, tenía la virtud de evocar, en éste, los dulces días
invernales, junto al hogar, cuando su padre le contaba la historia del profeta
Daniel o su madre se reía porque él pensaba que las vacas lecheras tenían que
llevar cántaras.
Sentados
en el heno, divisando la carretera y la vía férrea por el pequeño ventanuco
frontal, Roque, el Moñigo; Daniel, el Mochuelo, y Germán, el Tiñoso, hilvanaban
sus proyectos.
Fue
uno de estos días y en el pajar de su casa, cuando…
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