FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

domingo, 14 de octubre de 2012

"El loco" de Juan Ramón Jiménez



         Vestido de luto, con mi barba nazarena y mi breve sombrero negro, debo cobrar un extraño aspecto cabalgando en la blandura gris de Platero.
Cuando, yendo a las viñas, cruzo las últimas calles, blancas de cal con sol, los chiquillos gitanos, aceitosos y peludos, fuera de los harapos verdes, rojos y amarillos, las tensas barrigas tostadas, corren detrás de nosotros, chillando largamente:
—¡El loco! ¡El loco! ¡El loco!
Delante está el campo, ya verde. Frente al cielo inmenso y puro, de un incendiado añil, mis ojos -¡tan lejos de mis oídos!- se abren noblemente, recibiendo en su calma esa placidez sin nombre, esa serenidad armoniosa y divina que vive en el sinfín del horizonte...
Y quedan, allá lejos, por las altas eras, unos agudos gritos, velados finamente entrecortados, jadeantes, aburridos:
—¡El lo...co! ¡El lo...co!


         El primero de la serie de textos que llevo idea de ir compartiendo desde el blog, es de Juan Ramón Jiménez, uno de mis escritores preferidos. Y en este caso, es de Platero y yo, uno de mis "libros de cabecera".
         Este es en concreto, uno de los capítulos, que con más frecuencia me viene a la cabeza, cuando al igual que Juan Ramón a lomos de Platero, yo, a lomos de “Roberta” (mi moto), me escapo las tardes que puedo al monte.
         Yo también salgo del pueblo. A veces también hay quien te mira pasar, aunque... nadie me ha gritado aún el loco; tampoco hace falta. Y siempre, cuando dejo atrás casas, calles, gente  y carreteras, y me encuentro con el campo ante mí, con el cielo alto, siento que se abren mis ojos, noblemente...
En estas tierras, igual que en Moguer, el monte siempre está verde, además de solitario y silencioso y el cielo, muchas veces, de un incendiado añil.
Y avanzo despacio, lo más silenciosamente posible, (de hecho veo muchos animales) y cuando llego a un alto, y la vista se pierde a lo lejos, gozo de “esa placidez sin nombre”, de “esa serenidad armoniosa y divina, que vive en el sinfín del horizonte”.
Y entonces entre el escritor y el lector, se establece un lazo, se cierra un nudo, que va más allá de vida y de la muerte, del tiempo y del espacio.
Es bonito hacer de la literatura vida. Es bonito ir descubriendo que cada vida puede ser literatura, e intentar que después de todo, a la postre, esa vida acabe siendo un hermoso libro.

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