FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

miércoles, 17 de enero de 2024

Un almuerzo en la aldea.


 

Había llovido bien, y la humedad y el viento daban una sensación de frío que, aunque no era tal, hacía que te abrigaras. Pese a eso había decidido salir todo el día y hacer una excursión tierra adentro, donde sí llueve; y no me equivoqué.

La mañana, gris y ventosa, era desapacible. Llegué a la aldea temprano. Me recibieron las cenizas de la hoguera de san Antonio; no había nadie en la calle. Busqué el bar, al que no había ido nunca, para almorzar antes de la marcha.

Fue una delicia. Nada más entrar me resultó grato y acogedor. No era muy grande, pero estaba muy limpio y ordenado. En cada una de las seis o siete mesas de madera rústica esperaban un platito con aceitunas, uno con cacahuetes y unas guindillas.

Una señora, muy amable, me recibió y me dijo que me sentara donde quisiera. Lo hice en un rinconcito desde el que veía casi todo el establecimiento. Almorzaban dos trabajadores con mono azul y tres abueletes, dos juntos y el otro en mesa aparte. Pero la separación por mesas era puramente circunstancial, pues la conversación era entre todos.

Me encantan estas situaciones. Mientras daba cuenta de un exquisito almuerzo, servido con una rapidez asombrosa, escuchaba y miraba. La señora del bar iba de una mesa a otra charlando y atendiendo a los comensales. Se habló de todo y de nada. De lo cotidiano de una aldea perdida en las montañas.

De la reforma de una vivienda que se eternizaba, de la hija que sin salir de casa se cambia de ropa varias veces al día, del colesterol de unos, del azúcar de otros, de alguien que enfermó pero ya está bien, de la carne y el embutido que asaron en la hoguera de san Antonio, de los tres carajillos de uno de los abueletes…

En un momento determinado salió el cocinero. Un chaval joven, tatuado y melenudo que, por cómo almorcé y la carta que tienen, debe ser muy bueno en su oficio. Se puso a trastear con un portátil que había a un lado de la barra. No habló mucho, pero se notaba que escuchaba y sonreía de vez en cuando.

Se fueron primero los trabajadores porque “alguien ha de levantar el país”; el que estaba sentado solo, marchó, tras despedirse, a “contar pinos”. Decía que unos días los cuenta de derecha a izquierda y otros de izquierda a derecha. Allí se quedó la pareja con sus carajillos.

Le hice saber a la señora lo bueno que había estado el almuerzo y tras pagar, nueve euros, salí a la calle donde seguía el viento y el cielo gris. Pero también donde había charcos en las calles mojadas. ¡Cuánto tiempo sin ver esto!

Tras nueve horas largas de marcha por parajes extraordinarios, pinares, paredes, cañones, agua, regresé al pueblo ya de noche cerrada. La aldea, solitaria, seguía castigada por el viento y hacía frío, aunque no el que debería. Es bonito llegar a la luz del pueblo cuando llevas horas de oscuridad en el monte.

Y pensé en el almuerzo. En la gente que tiene la iniciativa de abrir un bar restaurante en una aldea minúscula y perdida, y hacerlo bien, muy bien; en cómo esto les devuelve la vida a sus 53 habitantes; ¿dónde estaría la gente que vi allí si no lo hubieran abierto?

Pensé también en el privilegio de poder disfrutar, antes de la marcha, un día cualquiera entre semana, de alguno de los baretes de nuestros pueblos y aldeas, y sumergirte en el encanto discreto de lo cotidiano, de la vida sencilla y tranquila, mientras almuerzas, viendo pasar el tiempo en paz y sosiego.

Es otra forma de vivir.


129 días sin llover. Solo 11 litros.

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