Como
el formato en el que tengo la oración con Pedro Casaldáliga no me permite, al
menos yo no sé hacerlo, compartirlo adecuadamente en el blog, ofrezco la
posibilidad de que si a alguien le interesa me la pida por correo y se la enviaré
ipso facto. Y digo esto hoy porque era cuando pensaba publicarla.
¿Y por
qué hoy? Pues porque hoy es el día de la Asunción, es decir, el día en que la
Iglesia celebra la elevación al cielo, en carne mortal, de María, la madre de
Jesús. Dogma desde que el papa Pio XII lo proclamó en 1950.
Ya sé
que este asunto, a mucha gente, le causa estupor, incredulidad e incluso risa
monda y lironda. Y es que creamos estas cosas o no las creamos, es fácil
quedarnos, una vez más, en la superficie, en la corteza del asunto.
Con
este dogma la Iglesia reconoce a una mujer, a María de Nazareth, a la Virgen
María, la más alta dignidad que como ser humano se puede alcanzar. Porque fue
madre de Jesús, el Hijo de Dios. Por su vida; por todo lo que hizo y dijo; por
cómo lo dijo y lo hizo.
Y a
menudo, y porque le interesa al sistema que tenemos montado, en una maraña
dorada de flores, joyas y bordados, cielos azules y hermosas nubes
blancas en las que juegan angelitos retozones y gorditos, perdemos de vista a
aquella mujer judía que, obediente a la voluntad de Dios, “eh, aquí la esclava
del Señor”, dijo, cosas como:
“Él hace
proezas con su brazo:
dispersa
a los soberbios de corazón,
derriba
del trono a los poderosos
y
enaltece a los humildes,
a los
hambrientos los colma de bienes
y a
los ricos los despide vacíos”.
Lc.1,51-53.
Y caer
en la cuenta de esto hace del dogma de la Asunción algo profundamente
revolucionario, radicalmente subversivo. ¿O no?
¡Feliz
Día de la Asunción! Y felicidades a Asunciones, Asuns, Marujas, Asuntas…
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