Le
tengo un cariño especial a las higueras. Por una parte porque tengo muy gratos
recuerdos de mi infancia, cuando veraneaba en La Cañada, aquí cerquita, y bien
temprano iba con mi abuelo Paco a coger y desayunar higos, a la sombra de una
espléndida que teníamos en el chalet.
La luz
nueva de la mañana jugueteando con ella, el olor, ese fuerte olor que me sigue
gustando, al igual que los higos, el fresquito que hacía a esas horas… A la
sombra de una higuera tengo algunos de los recuerdos más felices de mi
infancia.
Pero
también me gusta porque es un árbol gris, sin flor; con hojas bastas, de ramas
quebradizas, y muy triste en invierno. Es algo así como la cenicienta de muchos
jardines. Además tiene mala fama, absorbe toda el agua que hay a su alrededor,
y ensucia el suelo atrayendo bichos que pican…
Pobre
higuera. Hace poco, en una excursión cerca de aquí, pasé junto a unas higueras
silvestres que en pleno verano seguían dando nuevas hojas. Y eran preciosas.
Muy bonitas.
Pues
bien, en honor a las higueras, comparto las fotos de esas hojas, y un poema muy
bonito de la poetisa uruguaya Juana de Ibarbourou, también conocida como Juana
de América, titulado La higuera.
Porque es áspera y fea,
porque todas sus ramas son grises,
yo le tengo piedad a la higuera.
En mi quinta hay cien árboles bellos:
ciruelos redondos,
limoneros rectos
y naranjos de brotes lustrosos.
En las primaveras,
todos ellos se cubren de flores
en torno a la higuera.
Y la pobre parece tan triste
con sus gajos torcidos que nunca
de apretados capullos se visten...
Por eso,
cada vez que yo paso a su lado,
digo, procurando
hacer dulce y alegre mi acento:
-es la higuera el más bello
de los árboles en el huerto.
Si ella escucha,
si comprende el idioma en que hablo,
¡qué dulzura tan honda hará nido
en su alma sensible de árbol!
y tal vez a la noche,
cuando el viento abanique su copa,
embriagada de gozo, le cuente:
-hoy a mí me dijeron hermosa-.
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