Nos ha
llegado, a través de mi amigo José Luis, una "Oración con Pedro Casaldáliga",
recientemente fallecido en Brasil. Compartiré la oración completa en una
próxima entrada, pero en esta voy a reflexionar sobre uno de los textos de esa
oración. Se titula pobreza evangélica.
No
tener nada.
No
llevar nada.
No
poder nada.
No
pedir nada.
Y, de
pasada,
no
matar nada;
no
callar nada.
Solamente
el Evangelio,
como
una faca afilada.
Y el
llanto y la risa en la mirada.
Y la
mano extendida y apretada.
Y la
vida, a caballo, dada. Y
este
sol y estos ríos
y esta
tierra comprada,
por
testigos de la Revolución ya estallada.
¡Y
“mais nada”!
Es
bonito ¿verdad? Y profundo, y comprometedor. Y nos denuncia, nos deja con el
culo al aire, como vulgarmente decimos. Y además acaba aludiendo a una
Revolución, con mayúsculas.
Recuerdo
que hace muchos años, antes incluso de ir a la mili, estuve dando clases de
religión en un colegio público en Valencia, enviado por el Arzobispado. Era uno
de mis primeros trabajos formales, con contrato y todo eso.
Un
buen día me llamó el Director a su despacho, advirtiéndome que no me pusiera
nervioso, lo que me puso muy nervioso. Allí estaba el Jefe de Estudios, cuatro
padres y un montón de libretas de mis alumnos.
Tras
una fría y tensa presentación fueron al grano. Me dijeron que mi forma de
impartir la asignatura era muy discutible y tendenciosa. Cuando les pedí que me
dijeran en qué sentido, uno de ellos me soltó a bocajarro, ¡Usted les habla del
Evangelio como si fuera subversivo, como si fuera una revolución! Y recuerdo,
como si fuera ahora, que yo, sin pensarlo muy bien, respondí, es que lo es.
Se
acabó la reunión abruptamente. No me faltó el apoyo de la dirección ni de los
compañeros. Y a los pocos días, como esperaba, me llamaron del Arzobispado.
También estaban allí unas cuantas libretas de mis alumnos, el entonces Delegado
de Enseñanza y alguien, cuyo cargo no recuerdo, enviado por el Arzobispo. No
sabía en qué acabaría aquello. Pero pronto advertí que acabaría bien. El
mensaje final fue que habían analizado los apuntes que yo daba y que no había
nada reprobable, ni contrario al magisterio de la Iglesia. Que siguiera por ese
camino, pero fuera prudente porque, “ya ves, de todo hay en la viña del Señor,
y tú eres muy joven".
Y era verdad; no
tenía entonces aún ni 20 años. Ahora, con casi 65, sigo pensando y diciendo que
el Evangelio es subversivo. Radicalmente subversivo. Porque es Palabra de Dios,
y Dios es subversión pura y dura. Leed el Antiguo Testamento, las
Bienaventuranzas, acercaos a la misma vida de Jesús, a su final en la Cruz, a
la Resurrección.
Por
esto, personas como Oscar Romero, ya santo, o Pedro Casaldáliga han sido
siempre para mí, faros en la costa para ayudarme a no naufragar en una fe
ritual, individualista, puramente espiritual, sin ninguna dimensión humana y
social.
No se
puede amar a Dios, al que no vemos, si no somos capaces de amar a los hombres a
los que sí vemos y con los que vivimos día a día. Y amar, más allá de un
sentimiento más o menos abstracto, es buscar el bienestar de la persona amada.
Y el bienestar se alcanza gracias a la justicia y el derecho, palabras que se
repiten mil veces en la Biblia.
Trabajo
en condiciones dignas, sanidad para todos, educación sin manipulación, respeto
a la libertad y a la dignidad de las personas sin distinción de sexo, raza, o
formas de vivir, distribución justa de la riqueza… Esto y más, es justicia y
derecho.
La
resurrección no nos da solo la esperanza de una vida para siempre en plenitud,
sino es también el desquite de Dios, su forma de decirnos que aunque nos
empeñemos en montárnoslo a nuestra manera, la última palabra la tiene Él. Y
quienes, desde cualquier ideología (los huecos y falsos conceptos derecha
izquierda, por ejemplo) luchen por la justicia y el derecho, aunque los
tachemos de rojos, o fachas, o ingenuos, o gilipollas, son, aun sin ellos
saberlo, hijos de Dios, cumpliendo la voluntad del Padre.
Porque
sus caminos no son nuestros caminos.
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