Conmovía hoy, a las once, ver al colegio entero, profesores
y alumnos, mil alumnos, desde los pitufillos de infantil hasta los de ciclos y
bachiller, unidos en una oración por las víctimas de los atentados de Paris.
Han leído un manifiesto, se ha hecho un minuto de
silencio y hemos rezado por la paz, acabando con el Padrenuestro, cogidos de la
mano. Durante el silencio se oía a unos pajarillos. Los más pequeñitos, desde
el parque, nos miraban a todos en el patio, sin entender mucho lo que estaba
pasando…
Y es que es tan triste, tan terrible lo que está
pasando. Y lo que pasará. Es triste y terrible, pero no es difícil de entender.
Lo difícil va a ser resolverlo. Y va a ser difícil resolverlo porque es
consecuencia directa de lo más oscuro de la naturaleza humana. Nos estamos
hundiendo en nuestra propia miseria.
Pero no quiero esta noche ir por este camino. Quiero
quedarme con la imagen del manifiesto leído por unos chiquillos, de la oración,
de las manos entrelazadas en el Padrenuestro, del silencio, sobre todo del
silencio, roto por unos pajarillos…
Quiero quedarme con la certeza de que todos los que
estábamos allí no estábamos solos. Estábamos junto a miles, a millones de
personas que, por todo el mundo, están estos días haciendo lo mismo. Millones
contra el horror, millones contra la muerte, millones clamando por la paz.
Y esa solidaridad, esa capacidad de compartir el
dolor, son también consecuencia directa de la condición humana, de lo más
hermoso de la condición humana.
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