FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

jueves, 13 de abril de 2017

Escondidos, se comían un chorizo y un mendrugo.


Hace ya muchos años, era la década de los 70, iba de monitor con un grupo de chavales de unos trece o catorce años por los Pirineos. La ruta era tremenda. Saliendo de Castejón de Sos, pasando por Benasque, por el puerto de la Picada, por la Artiga de Lin, y por Viella, teníamos que llegar a Conangles por Valarties y el port de Rius, donde nos esperaban en el campamento base. Allí habían estado todo el tiempo los pitufos y allí confluíamos los mayores que, en grupos pequeños, habíamos estado diez días de travesía por el Pirineo. Recuerdo que fuimos el último grupo en llegar aquella tarde, y lo hicimos en medio de una tormenta espectacular.
Besos, abrazos, lágrimas de alegría y esa noche una buena cena y el fuego de campamento, un fuego de campamento que no había que preparar. Era poner en común nuestras experiencias. Nunca volví a vivir fuegos de campamento como aquellos.
Recuerdo que aquel año mi grupo contó, entre otras muchas aventuras y ante el silencio expectante de todos y la admiración de los pequeños, la historia del chorizo de Cregüeña. Y como creo que un Jueves Santo es día adecuado para contarla voy a hacerlo.

La noche anterior habíamos llegado a los Baños de Benasque. La excursión del día era subir al lago de Cregüeña. Una excursión dura pero muy bonita. Sólo 8 kilómetros pero 1220 metros de desnivel.
Subimos sin novedad pero, cuando estábamos ya arriba, descubrimos que nos habíamos dejado toda la comida en las tiendas. Y había hambre, así que nos conformamos con escarbar en la hierba y comer las abundantes raíces de regaliz que hay por aquellos prados.
Entonces alguien dio la voz de alarma. Detrás de unas rocas, escondidos, dos de los chavales estaban comiéndose un chorizo y un mendrugo mugriento, de esos que se pierden por la mochila, que por casualidad llevaba en la suya uno de ellos. El cabreo y la indignación fueron generales.
Intervine, y sin decir nada, les cogí lo poco que les quedaba y lo guardé en la mía.  El ambiente en el grupo había quedado seriamente tocado. Por la tarde volvimos al valle.
Llegando a las tiendas se lanzaron a por comida, ¡claro! Entonces les dije que no tocaran nada y se sentaran en círculo en la hierba. Hubo protestas, pero obedecieron. Eran buenos chicos.
En una piedra a modo de mesa puse la biblia, el chorizo y el pan que había quedado, y sin introducción alguna leí el texto siguiente:

Mientras comían, Jesús cogió un pan, pronunció la bendición y lo partió; luego lo dio a sus discípulos diciendo:
-Tomad, comed; esto es mi cuerpo.
Y cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias y se la pasó, diciendo:
-Bebed todos, que esta es mi sangre, la sangre de la alianza que se derrama por todos para el perdón de los pecados.

Mt.26,26-29.

Después compartimos lo poco que había quedado. Los dos "espabilaos" pidieron perdón y se sintieron perdonados, y hasta saltaron algunas lagrimillas de muchos ojos brillantes. Y entonces sí, entonces sí que ¡por fin! cenamos, pero esa noche en el restaurante de Los Baños. Ya nadie estaba enfadado. Fue una cena memorable.

¿Verdad que la historia tiene algo que ver con el Jueves Santo?

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