Partes
de la humanidad parecen sacrificables en beneficio de una selección que
favorece a un sector humano digno de vivir sin límites. En el fondo «no se
considera ya a las personas como un valor primario que hay que respetar y
amparar, especialmente si son pobres o discapacitadas, si “todavía no son
útiles” —como los no nacidos—, o si “ya no sirven” —como los ancianos—.
Estas
palabras son del papa Francisco en la encíclica Fratelli Tutti. Están en el
punto 18 bajo el título, El descarte mundial. Y no son solo palabras, es la
descripción de la realidad, de lo que está ocurriendo en este momento, aunque
sea atroz darse cuenta de ello.
Es lo
que explica la incomprensible actitud de nuestros políticos y de gran parte de
la sociedad ante estas Navidades. Saben que suavizar las restricciones va a
provocar la tercera ola, que se llevará por delante sobre todo, a ancianos y
personas vulnerables, sea cual sea el tipo de vulnerabilidad.
Y aunque habrá que lamentar "daños colaterales", la inmensa mayoría de los que caigan, son personas sacrificables, son personas descartables. Además, es beneficioso
económicamente que así suceda, pues son quienes consumen recursos pero no
producen. Y eso también lo saben.
No, no pueden decir que no lo saben, porque hasta el más lerdo conoce ya el
comportamiento del virus y su relación directa con las relaciones sociales. Lo
saben, ¡por Dios!, lo saben. Y conocen el comportamiento insensato e
irresponsable de mucha gente; les das la mano y te cogen el brazo.
Pero
ante este crimen contra la humanidad, se levanta la denuncia del Papa que en
nombre de Dios nos recuerda que toda persona tiene un valor primario que hay
que respetar y amparar. También los descartados, los sacrificables.
¿Dónde
está tu hermano? Le pregunta Dios a Caín. Todo lo que hagáis a cualquiera de
estos, me lo hacéis a mí, nos dice Jesús en el Evangelio.
Pero
nada, a pasarlo bien estas fiestas, que otros pagarán nuestra factura. El
descarte ya está hecho.
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