Andaba el otro día por la sierra, al
atardecer, con frío pero sin viento, e hice unas fotos a la silueta de una cruz
en los montes, recortada contra el cielo crepuscular. Las fotos eran bonitas,
como el momento.
Cuando en casa las pasé al ordenador, me
llevé la sorpresa de que en las fotos había algo más que una cruz en el paisaje.
Había una persona disfrutando del atardecer como yo, desde la cruz. No parecía
haber nadie más. En la sucesión de imágenes parece verse como llega, se sitúa
junto a ella, hace algo con los brazos, y se va.
Nunca sabré quien era aquella persona, y
ella nunca sabrá que alguien estaba, desde la lejanía, y sin saberlo en ese
momento, siendo testigo involuntario de ese, su encuentro casi mágico, con la
cruz de la cima, en las últimas luces del día. ¿Contemplaba, rezaba? ¿Qué
hacía? En cualquier caso me sentí identificado con él, o con ella.
Ambos llegaríamos de noche cerrada al
pueblo.
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Se acerca a la cruz. |
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Bajo ella, levanta un brazo al este. |
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Y luego el otro brazo lo eleva a lo alto. |
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A continuación eleva ambos. |
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Y luego los baja. |
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Y después se va. |
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