Hablaba
ayer, en la felicitación de Navidad, de cómo pueden llegar a molestar los
tópicos en una situación como la que estamos viviendo. Y es cierto, pero no quisiera
que se me malentendiera; no está en mi ánimo despreciar ninguna felicitación,
porque el problema, puestos a haberlo, no está en el cómo felicitas, sino en la
intención con la que lo haces. Y de la intención estamos seguros.
Entre
ayer y hoy, un aluvión de felicitaciones ha corrido por el mundo, y estoy
seguro que en la inmensa mayoría había un verdadero deseo de felicidad de unos
para otros. Y eso es lo que importa.
Por
internet, por teléfono, por el correo de toda la vida; han circulado mensajes más o menos
breves, vídeos divertidos o serios, superficiales o profundos; pero todos
lanzados por alguien para alguien, para recordarnos unos a otros que ahí
estamos, aunque no podamos reunirnos; para compartir un recuerdo, un proyecto,
para arrancar una sonrisa, o incluso una carcajada, para hacernos pensar...
Sí, lo
importante es saber que os habéis acordado de nosotros en Navidad, y que de
verdad nos deseáis que seamos felices, pese a la que está cayendo. Esa ha sido
también nuestra intención. Lo ha sido cada Navidad, pero en esta de un modo
especialmente intenso.
Como
han sido las palabras del Papa, esta mañana, en la bendición “urbe et orbi”, desde
la Capilla de Bendiciones, y no desde el balcón central de la Basílica, como
todos los años. La plaza de San Pedro estaba vacía, bajo un cielo gris, bien
cerrado. Impresionaba, y más si pensabas que era la mañana de Navidad.
Comparto esta tarde fría y ventosa, el principio del discurso que ha
pronunciado.
«El Niño que la Virgen María dio a luz en
Belén nació para todos: es el “hijo” que Dios ha dado a toda la familia humana.
Gracias a este Niño, todos podemos dirigirnos a Dios llamándolo “Padre”,
“Papá”. Jesús es el Unigénito; nadie más conoce al Padre sino Él. Pero Él vino
al mundo precisamente para revelarnos el rostro del Padre. Y así, gracias a
este Niño, todos podemos llamarnos y ser verdaderamente hermanos: de todos los
continentes, de todas las lenguas y culturas, con nuestras identidades y
diferencias, sin embargo, todos hermanos y hermanas. En este momento de la
historia, marcado por la crisis ecológica y por los graves desequilibrios
económicos y sociales, agravados por la pandemia del coronavirus, necesitamos
más que nunca la fraternidad. Y Dios nos la ofrece dándonos a su Hijo Jesús: no
una fraternidad hecha de bellas palabras, de ideales abstractos, de
sentimientos vagos… No. Una fraternidad basada en el amor real, capaz de
encontrar al otro que es diferente a mí, de compadecerse de su sufrimiento, de
acercarse y de cuidarlo, aunque no sea de mi familia, de mi etnia, de mi
religión; es diferente a mí pero es mi hermano, es mi hermana. Y esto es válido
también para las relaciones entre los pueblos y las naciones: Hermanos todos»
Gracias
a todos por vuestras felicitaciones. Gracias al papa Francisco por sus
palabras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario