Dos meses después del encuentro entre el príncipe
Chichimulo y la bruja Gengiswalda, la reina Bartulia dio a luz una hermosa
niña, a la que llamaron Clorinda. Tenía las uñas “esklafás”. Sólo Chichimulo
vio sus verdaderas uñas, y eran uñas tubito. Ella era la legítima heredera,
pero nunca reinaría, pensó satisfecho. El rey seré yo.
La infanta Clorinda creció en Palacio convirtiéndose
en una niña bellísima y muy bondadosa. La quería mucha gente, empezando por sus
padres.
Chichimulo, preocupado, encerraba en su alcoba a su
hermana todas las noches de luna llena, con cualquier pretexto, para evitar que
nadie de los muchos que la querían la mirara a los ojos en el momento de salir
la reina de la noche por el horizonte. Chichimulo se iba haciendo huraño, serio
y distante.
El día que Clorinda cumplió doce años, se le apareció
la bruja Gengiswalda, en forma de bella y elegante dama y le dijo, es peligroso
que Clorinda anda por ahí suelta. Podría
romperse el hechizo. Tienes que deshacerte de ella y de tus padres. Vas a ser
rey, ¡ya!
Chichimulo, horrorizado intentó negarse. Él quería a
sus padres y en el fondo a su hermana. Pero no tenía voluntad. En él mandaba la
bruja y no tuvo opción.
Acusó a sus padres delante de todos los nobles del
reino de traición, con mentiras y falacias, y los desterró a la isla Makalula,
una isla deshabitada, perdida, olvidada, que no estaba en mapa alguno.
Nada más desembarcar, ¡oh sorpresa!, sus padres se
convirtieron en dos enormes lagartos. Y allí quedó Clorinda acompañada tan sólo
por dos lagartos, triste, tristísima, abandonada a su suerte.
Había agua, comida abundante, pero no podía hablar
con nadie. Pasaron días y semanas, y Clorinda se construyó una choza, donde
refugiarse por las noches con sus padres, cuyos cuerpos verdes no podían
proporcionarle ni tan siquiera calor.
Una mañana fría y nublada Clorinda sintió que le
despertaba algo húmedo y caliente. Abrió los ojos asustada y vio un perrito que
la olía con el hocico y le lamía la carita. Se abrazó a él. ¡Un perrito!
El perrito ladraba y ladraba, y moviendo el rabo
salió corriendo a través del bosque con intención de que le siguieran. Le
siguieron durante varias horas, y al fin, llegaron a un claro del bosque donde
había una bonita cabaña y de ella salió un chavalín de unos doce o trece años
llamando al perrito. Lobete, lobete, gritaba.
Cuando se vieron se quedaron parados. Poco a poco se
acercaron y ella fue la primera en hablar. Soy Clorinda, y estos lagartos son
mis papás, no les tengas miedo, dijo. Yo me llamo Clotonio y vivo aquí solo en
esta isla, con mis ancianos padres, respondió él.
¡Qué maravilla! No estaba ya sola. Ni él tampoco.
Pasaron los días, pasaron las estaciones y los años y
los dos chiquillos crecieron sanos, fuertes y felices. Los padres de Clorinda
se hicieron amigos de Lobete, y los de Clotonio siguieron envejeciendo en paz y
tranquilidad. La isla se había convertido casi en un paraíso.
Mientras, en Nibelungia Karchofera, reinaba
Chichimulo, pero era la bruja quien reinaba en realidad. La oscuridad, la
tristeza y la muerte se extendieron por todo el reino. Y Chichimulo sólo podía
rabiar de arrepentimiento. Pero no había nada que hacer…Tomaba terribles
decisiones, muy a su pesar. Había vendido su voluntad. Sólo la malvada y
pérfida bruja era feliz.
FIN DE LA SEGUNDA PARTE
No hay comentarios:
Publicar un comentario