FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

miércoles, 7 de junio de 2023

Me da vergüenza ajena.


 

¿Realmente somos tan predecibles, tan manipulables, tan simplones, tan tontos del culo? Debe ser que sí, pero no somos conscientes de ello, o no queremos serlo.

Viene esta introducción a cuento de un spot publicitario en el que sale un famoso deportista anunciando un coche. Aunque ya hace tiempo de eso y sé que estas cosas funcionan así, no lo entiendo.

Sobre todo el dinero que debe tener, añadirá mucho más vendiendo su imagen a esa marca de automóviles. “¡Pa qué tanto!”, como dice un amigo mío. No, no lo entiendo. Igual hace fundaciones benéficas y donaciones millonarias con los excedentes de su fortuna. Quizá sea esta la única forma de justificar eso de vender la propia imagen en los circuitos del consumo. En el mundillo de las estrellas del deporte lo hacen algunos de los que con eso se forran sobre lo ya forrado.

Pero no es de estas cuestiones de lo que quiero hablar, sino de por qué funciona esto así. Y funciona así porque somos predecibles, manipulables, simplones y tontos. Porque es de ser todo eso si para comprarme un coche lo que me va a llevar a una marca determinada es el fulano famoso que lo anuncia.

Y ya no digo un coche, sino una camiseta, unos pantalones, un perfume... Incluso ir a un restaurante determinado porque va alguien famosillo o uno de esos “influencers”, cuya existencia y papel en la sociedad merecen un comentario aparte.

Que nuestra conducta esté determinada por estos individuos que destacan, a veces con motivo, otras sin motivo alguno, me da toda la pena del mundo. Porque eso también lo saben los que manejan los hilos de nuestro mundo, no solo en lo referente al mercado y el consumo, sino en otras cuestiones más serias todavía, como la política.

Comprarme un coche porque lo anuncia tal deportista, usar el perfume que nos vende este otro, o ir al restaurante que ha hecho famoso un “influencer” de estos de ahora, me parece renunciar a mi propia identidad. Me da vergüenza ajena.

Si hago eso creo que lo hago porque quiero, pero no, lo hago porque mi propio yo me parece tan insignificante, tan hueco, tan anodino, que lo relleno con el yo del otro al que admiro y rindo así pleitesía. El brillo del astro con luz propia refleja en mí, que no soy más que un satélite suyo.

Y como consecuencia, al renunciar yo a ser yo, un yo cuyo valor radica en otros aspectos, me trasformo en un elemento más del sistema, una marioneta que cree saber quién es, que se cree libre, con voluntad; pero no, eso no es verdad,  no es más que una ilusión que ya se ocupan algunos de que siga muy viva y parezca realidad cierta, para que la rueda siga girando.

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