Hace
unos días tuve un sueño de esos que recuerdas cuando te despiertas, al menos
parcialmente. Y ese sueño me hizo pensar lo que voy a compartir hoy.
Tenía
que acudir a un cursillo de formación permanente. Recuerdo que era en Blasco
Ibáñez, por la mañana, y que estaban conmigo algunos compañeros ya jubilados también.
El caso es que yo no tenía ningunas ganas de acudir al citado cursillo. Y ya en
la sala donde se iba a impartir, pienso que si yo ya estoy jubilado, a santo de
qué tengo que quedarme allí a perder la mañana. Y me largo, y me voy a
almorzar. A partir de ahí, entrando al bar, el recuerdo del sueño se disuelve y
se pierde.
Hasta
el punto de soñarlo me han resultado insufribles la mayoría de cursillos a los que he
tenido que acudir a lo largo de mi vida profesional. En mis primeros años
pensaba que podían servirme de algo, pero pronto empecé a sospechar de qué iba
la cosa, y con el paso del tiempo mis sospechas se fueron confirmando.
Aparte
de ser un negocio bastante turbio que mueve importantes cantidades de dinero, a
menudo europeo, son la herramienta que las autoridades educativas han utilizado
para ir trasformando la educación en el bebedero de patos que es ahora.
Porque
la pedagogía, desgraciadamente, no es más que la ideología del poder político
disfrazada de ciencia. Y en España, desde el fiasco de la LOGSE, cada vez que
han mandado sus mentores han continuado ahondado en el caos, y cuando han
mandado "los otros", no han tenido ni tiempo ni valor para dar la vuelta a la
tortilla. Porque acuerdo entre unos y otros, tristemente, ni ha habido ni creo
que haya nunca.
Por
eso, y cuando me fui dando cuenta, perder el tiempo con lo que llamaban
formación permanente me resultaba poco menos que insoportable, porque no era
realmente formación, era adoctrinamiento, excepto algún que otro caso de
cursillo muy técnico.
No soy
de los que ven conspiraciones por doquier, pero no hay que estar muy avispado
para intuir el proceso en su conjunto. Los políticos saben que controlar la
educación es a largo plazo la clave de su ascenso y mantenimiento en el poder.
Para ello pintan de pedagogía su forma de entender al hombre y a la sociedad,
su propia ideología, apoyándose en ciertos gurús que florecen en la universidad
y que no han pisado un aula de colegio o instituto en su vida. Luego legislan
sin acuerdo alguno con “los otros”, y después
aplican la legislación para lo que se sirven de decretos y de los cursillos
básicamente.
Y el sufrido
maestro, el profe de a pie tiene que pasar sí o sí por ese aro, porque de algo
hay que vivir, claro. Los novatillos, los simpatizantes del el régimen, y los
más incautos entran más o menos en el juego, y la mayoría aguanta estoicamente
pensando en los problemas de verdad que tiene en el aula, en lo mucho que le
queda por corregir o en lo bien que estaría en su casa.
Y
sabiendo que, con o sin cursillo, tendrá que hacer lo que le digan, porque como
he dicho, de algo hay que vivir. ¡Qué lástima! ¡Cuánto dinero, tiempo y
esfuerzo echados a la basura!
Pues
esto pensé recordando mi sueño. No fue una pesadilla, al contrario, fue un
sueño liberador. La pesadilla hubiera sido quedarme en el cursillo.
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