Érase
una vez una tabla de madera muy grande, flotando en la procelosa mar “salá”.
Sobre ella pululaban muchas ratas de diversos tamaños. Unas, pequeñas y
escuálidas, otras digamos que normalitas, otras algo más grandecitas, y
algunas, las menos, muy, muy grandes, más bien enormes.
Desde
que el naufragio las dejó allí, abandonas a su suerte, se situaron la inmensa
mayoría en la zona central del inmenso tablero, alejándose de los bordes que
eran, obviamente, más peligrosos.
Pero
ocurrió que, vete tú a saber por qué, la rata más grande de las grandes se
situó en el lado izquierdo del tablero, según se mire la estrella polar,
atrayendo hacia sí a un buen número de ratas con la promesa de que allí se
estaba más seguro y que eso les conduciría a tierra firme.
Pronto,
el tablero empezó a escorar hacia ese lado amenazando con arrojar al mar a toda
la ratedad que allí se congregaba, y esto provocó que otras ratas se situaran
al lado derecho de la tabla, según se mire la estrella polar, para
contrarrestar tan peligrosa inclinación.
La gran rata gritaba, amenazando con toda suerte de males a las que se situaban en el lado derecho, asegurando que así no irían a ninguna parte, que se hundiría irremisiblemente el tablero ahogándose todas, que eso ya había ocurrido otras veces y bla, bla, bla.
Este
cuento está inacabado. Puede tener tres finales. Elije tú el que más te guste.
Final
1. La gran rata convence a tal cantidad de congéneres que la tabla acaba
escorando a la izquierda y toda la ratedad resbala, cae al mar y se ahoga o es
devorada por los bichos marinos que esperan pacientemente, alrededor, este
desenlace.
Final
2. Por reacción contra la gran rata y sus secuaces, se llena de ratedad el lado
derecho, con lo que la tabla se inclina hacia ese lado, y toda la ratedad
resbala, cae al mar y se ahoga o es devorada por los bichos marinos que esperan
pacientemente, alrededor, este otro desenlace.
Final
3. La gran rata no logra convencer de que su lado es el mejor, pese a sus
gritos y negros augurios si no le obedecen, y al armar tanto barullo en pleno
verano, llama la atención de una gaviota hambrienta que se la come. Y entonces,
libre de su tiranía, la ratedad vuelve a situarse en la zona central de la
tabla, unos a un lado, otros al otro, pero más o menos por el centro, quedando
en los extremos algunas ratas recalcitrantes que siguen convencidas de que
ellas y solo ellas, tienen la llave de la salvación del tablero, pero ya no pintan nada. Y así, el tablero, llegó al fin a buen puerto.
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