Está
el monte de primavera en los albores del otoño. Ciertamente la primavera fue
triste. Estaba todo seco y agostado, con muy pocas flores, un verde apagado y
un suelo seco y polvoriento.
Pero
el agua ha hecho el milagro, el milagro de la vida.
Hay
flores por todas partes, el romero y el tomillo son un prodigio, los espárragos
salen junto a las setas, y al suelo se le ve húmedo y vivo.
En las
umbrías hace fresco a mediodía, pero al sol el calor aún castiga. Y aunque
parece ser que volverá unos cuantos días con excesiva e improcedente contundencia,
su tiempo ya ha pasado; será un intruso desagradable pero no lo fugaz que
quisiéramos. Váyase con viento fresco lo antes posible, y nunca mejor dicho.
Las
lluvias de este mes han devuelto la vida que sus excesos parecían querer llevarse
por delante. Pero no hay que fiarse. Ya veis lo que pasó el domingo en Sagunto,
cerca de Monte Picayo; otra vez el fuego.
El riesgo de que toda esta explosión de vida, toda esta belleza se esfume en unas horas siempre está ahí. No hay que bajar la guardia. No hay que confiarse. Nuestro entorno es vulnerable, y entre nosotros pululan demasiados descerebrados.
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