En la película Matrix alguien pregunta, “¿Por qué me duelen los ojos?” Le responden, “porque nunca los habías usado”. Y es así. No quiero que me pase.
Por
eso intento tenerlos bien abiertos para descubrir y gozar de las mil caras de
la belleza. En el arte, en la naturaleza, en las relaciones humanas se nos
ofrece continuamente; solo hay que saber mirar. Es un regalo gratuito de la
vida.
Y como
otras veces he dicho, no está solo en lo grande, en lo que por sus dimensiones
y rotundidad podíamos decir que se nos impone, que nos abruma. También está en
lo pequeño, en lo sencillo y discreto, a menudo en lo cotidiano. Y esa belleza,
a veces efímera, fugaz nos pasa muchas veces desapercibida.
Y
esto, en la naturaleza, uno de los grandes manantiales de belleza, ocurre muy a
menudo. Fácilmente pasan desapercibidos regalos como los que comparto hoy.
La
asombrosa libélula parada en una hoja. Los brotes de pino, con su verde nuevo tras
las lluvias de finales de verano. Esta pequeña flor, delicada estructura blanca
y amarilla. Y esta otra, nacida en una grieta de la roca. O las gotas de agua
sobre una hoja de caña.
Sí,
hay que abrir bien los ojos y gozar de tantos y tantos regalos que la vida nos
ofrece y que demasiadas veces ignoramos. Que no nos demos cuenta un día que nos duelen los ojos.
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