Llueve, el cielo está muy gris, oscuro, no escampará.
Hace frío, la humedad se cuela por todas partes. El camino es largo, duelen los
pies, molestan las rozaduras y las ampollas…y el grupo sigue caminando, juntos,
en silencio, cada uno metido en sí mismo, a veces un comentario, una broma,
luego, de nuevo, el silencio… y el camino. Sigue lloviendo, sigue el frío, la
humedad, esa ampolla que duele, y el cielo fosco y la tierra verde de Galicia
envolviéndolo todo.
Saben que pueden coger el autobús si se cansan. Ni lo
piensan. Les han ofrecido llevarles las mochilas en un vehículo, para que el
trayecto sea más llevadero, más cómodo. Y se han negado. Llegarán andando,
cargados con ellas, cansados, mojados, doloridos…pero contentos, con una
alegría quizá desconocida para muchos, vieja conocida para algunos. Una alegría
que viendo sus pies, conociendo la dureza de la jornada, su esfuerzo ilusionado,
conmueve.
Nuestros chicos, están atravesando hoy una frontera
invisible pero real, están entrando en una dimensión diferente de la vida.
Isabel me decía este mediodía,” este camino tiene algo, aquí hay algo…” y yo
pensaba, sí, algo que no se puede decir con palabras. Algo que de tan hondo,
tan esencial escapa incluso al mismo lenguaje. Algo que sólo conoce el
caminante, el peregrino.
Yo no he hecho nunca el Camino de Santiago, pero sí
he andado muchos caminos, y algo entiendo de lluvia, frío, cansancio y
ampollas, y creo que puedo entenderles cuando quieren recorrer su camino
entero, sin alivios que lo desluzcan, aunque les cueste, porque ese esfuerzo
tiene una belleza, una hondura que solo caminando se puede descubrir. ¡Cómo
entiendo que en un día duro como hoy, no hayan querido liberarse del peso de la
mochila…!Qué hermosa es esta decisión!
¡Ánimo! ¡Enhorabuena! Y una vez más que Dios os
bendiga.
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