Quiero
saludar a la primavera, que acaba de empezar, con un conocidísimo poema de Antonio Machado titulado A un olmo seco.
Es un
poema sencillo, claro, directo. Describe un olmo ya “viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido” que en la primavera ha sacado algunas “hojas nuevas”.
Lo describe con palabras como musgo, corteza blanquecina, carcomido,
polvoriento. Son hormigas y arañas las que habitan en su viejo tronco. Lo
compara con esos álamos, bien vivos, en cuyas ramas cantan las hojas al viento
y los ruiseñores.
Le
queda poco al viejo olmo. Quizá sea su fin un leñador, y un carpintero lo
convierta en “melena de campana, lanza de carro o yugo de carreta”. O ni eso, y
acabe ardiendo en “alguna mísera caseta al borde de un camino”. Quizá lo “tronche
el soplo de las sierras blancas” y el río hasta la mar lo empuje “por valles y
barrancas”.
Otras
veces había pasado el poeta junto al olmo viejo, pero esas “hojas nuevas” que
han salido “con las lluvias de abril y el sol de mayo”, le han tocado hondo. Le
hablan a su propia alma, a lo más hondo de su ser. Él es el olmo viejo. Y esas humildes “hojas nuevas” son su propia esperanza; su corazón que
también “espera hacia la luz y hacia la vida otro milagro de la primavera”. Un triunfo, aunque sea mínimo, de la vida sobre la muerte.
¡¡Feliz
primavera!!
Al olmo viejo, hendido por el
rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el
sol de mayo,
algunas hojas nuevas le han
salido.
¡El olmo centenario en la
colina
que lame el Duero! Un musgo
amarillento
le mancha la corteza
blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos
cantores
que guardan el camino y la
ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus
entrañas
urden sus telas grises las
arañas.
Antes que te derribe, olmo del
Duero,
con su hacha el leñador, y el
carpintero
te convierta en melena de
campana,
lanza de carro o yugo de
carreta;
antes que rojo en el hogar,
mañana,
ardas de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un
torbellino
y tronche el soplo de las
sierras blancas;
antes que el río hasta la mar
te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi
cartera
la gracia de tu rama
verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia
la vida,
otro milagro de la primavera.
El olmo seco, en Soria, junto a la ermita de san Juan. |
El poema, al pie del olmo. Es bonito leerlo allí mismo. |
muy real con la vida Animo
ResponderEliminarGracias.
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