Asistí
un día de estos a un espectáculo lamentable que me dio que pensar. Estaba en un
centro comercial, en una tienda de ropa. No había mucha gente, lo cual era de
agradecer.
Escuché
unas voces desabridas, desagradables, más altas de lo deseable en un lugar
público, y vi a una pareja, jóvenes, no llegarían a los treinta, que por lo que
parecía buscaban alguna camisa de vestir.
Él
parecía sacado del siglo XVII. Alto, delgado, con barba y bigote, y unas
antiparras al estilo del mismísimo Quevedo. Ella, más bajita y menos delgada,
era la que le hablaba de tan desagradable manera. Y no sólo en el tono, sino en
lo que le decía, que era una contradicción tras otra. Aparte de los tirones que
le daba para demostrarle que la camisa elegida le venía grande o pequeña, no lo
sé. A él no le escuché en ningún momento.
Me
entraron ganas de acercarme y decirle a la señora, "por favor, si es usted tan
amable, primero baje la voz y luego trate al caballero como le gustaría que le
trataran a usted, si no es mucha molestia".
Esto
lo hubiera hecho don Quijote, pero yo no soy don Quijote, aunque alguna
quijotada he hecho y así me ha ido.
Y
ahora viene mi reflexión. ¿Qué hubiera pasado si se hubieran invertido los
papeles de los personajes, si hubiera sido él el que la trataba así a ella? No
lo sé. Lo que sí sé es que más de uno habría pensado que estaba asistiendo a
una escena de violencia machista, o de género, como dicen. Eso seguro.
Pero
mira por donde, aquí la situación era la contraria. Y como máximo se pensaría
que era una señora maleducada y chillona, sin más trascendencia. Pensamiento
este políticamente correcto.
Algo
no estamos haciendo bien.
Y es
que, pienso yo, el verdadero problema es la violencia, aunque sea verbal, venga
de donde venga y vaya contra quien vaya. Porque antes que el sexo, sea el que
sea y como sea, está la persona. La dignidad de la persona que está muy por
encima de todas esas características biológicas o sociales que nos hacen
diferentes.
Ese
chaval estaba siendo maltratado en público, delante de la que parecía su hija,
muy pequeña, probablemente por su pareja. Y a eso tampoco hay derecho.
Y no
quiero negar con esto el hecho cierto de que la mujer ha sido maltratada y
ninguneada durante siglos por el hombre. Eso es verdad. Pero hemos de llevar
cuidado, y no lo estamos llevando, con desnudar un santo para vestir otro, como
dice el refrán.
Hay
que dejar a los dos santos vestiditos.
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