Dice
la RAE de la palabra eufemismo: Manifestación suave o decorosa de ideas cuya
recta y franca expresión sería dura o malsonante. Esto es lo que dice la RAE,
justificando pues el hecho de que determinadas realidades no sean designadas
por su nombre. Y me parece bien cuando de lo que se trata, en aras del
decoro, es de evitar palabras o expresiones
malsonantes. Pero cuando el objeto del eufemismo es suavizar lo que nos resulta
duro de llamar por su nombre, podemos caer en la cursilería, cuando no en la
imbecilidad.
Y es
lo que está pasando. Los eufemismos se han disparado arrinconando a las
palabras “duras” que hieren nuestros sensibles oídos. Así podemos nombrar al
dolor, al sufrimiento, a lo feo, a lo distinto, sin hacernos daño y así, de
paso, vamos olvidando la esencia de lo que nombramos. Sólo el que lo vive y lo
sufre, en su fuero interno seguirá llamando al pan, pan y al vino, vino.
Aunque públicamente nunca lo reconozca.
Algo
grave y serio le pasa a una sociedad que cada vez se atreve menos a llamar a
las cosas por su nombre. Algo no está funcionando bien.
Y al
hilo de esta reflexión, quiero compartir un texto precioso de Juan Ramón
Jiménez. Es el capítulo XVII de Platero y yo. Lo titula, sin eufemismos, el niño tonto. Leedlo y seguimos.
Siempre
que volvíamos por la calle de San José, estaba el niño tonto a la puerta de su
casa, sentado en su sillita, mirando el pasar de los otros. Era uno de esos
pobres niños a quienes no llega nunca el don de la palabra ni el regalo de la
gracia; niño alegre él y triste de ver; todo para su madre, nada para los
demás. Un día, cuando pasó por la calle blanca aquel mal viento negro, no vi ya
al niño en su puerta. Cantaba un pájaro en el solitario umbral, y yo me acordé
de Curros, padre más que poeta, que, cuando se quedó sin su niño, le preguntaba
por él a la mariposa gallega:
Volvoreta
d’aliñas douradas...
Ahora
que viene la primavera, pienso en el niño tonto, que desde la calle de San José
se fue al cielo. Estará sentado en su sillita, al lado de las rosas únicas,
viendo con sus ojos, abiertos otra vez, el dorado pasar de los gloriosos.
No
he visto en mi vida una descripción más bonita, más tierna, más respetuosa de
un niño, ¿subnormal?¿deficiente?¿minusválido psíquico?¿diverso funcional?...de
un niño tonto.
Fijaos, un niño al que "no llega nunca el don de la palabra ni el
regalo de la gracia". "Alegre él y triste de ver". Y para acabar, "todo para su
madre, nada para los demás". Ahí queda. ¡Qué descripción en tres pinceladas!
Y es
que el problema, probablemente no está en llamar a la realidad de una u otra
manera, sino en qué hacemos con esa realidad. Cómo nos relacionamos con ella. Juan
Ramón Jiménez podía llamarle tonto a ese niño porque lo conocía, porque lo
respetaba, porque le echó de menos cuando vio el umbral vacío, porque desde su fe lo intuyó vivo para
siempre, reconociendo así su dignidad como hijo de Dios, como persona. La palabra tonto, en este texto, está utilizada con tal cuidado, con tanta ternura, que suena dulce y entrañable. Es incluso
hermosa.
A
veces pienso que con tanta zarandaja lingüística, con tanta preocupación por un
lenguaje políticamente correcto, sólo estamos ocultando la inhóspita realidad que hemos creado y calmando
nuestra mala conciencia. Quizá no se trate tanto de cambiar palabras como de cambiar la realidad, o al menos nuestra relación con ella. No haría falta entonces tanto eufemismo y estaría mejor nuestra conciencia.
Cuando habla de Aquel Mal Viento Negro, ¿ Se tratará también de un eufemismo, relacionado con la muerte?
ResponderEliminarAunque podría considerarse un eufemismo en sentido estricto, la expresión aquel mal viento negro la veo más como una metáfora que que se contrapone a la calle blanca por donde pasa el viento negro. En ese capítulo, Juan Ramón Jiménez utiliza mucho ese recurso lingüístico alegre/triste, todo/nada, blanco/negro. Donde no hay posible eufemismo es en llamar al niño tonto, con tal cariño y respeto que en mi opinión ennoblece la palabra utilizada normalmente como insulto. De hecho, en el título de la entrada, digo sin eufemismos refiriéndome justamente a esa palabra.
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