Hablaba el otro día con un amigo de las consecuencias
demoledoras, y que pagaremos durante largos años, de lo que está pasando en
Cataluña. Pero no era la cuestión política, ni sus repercusiones económicas lo
que centraba nuestra atención, sino las implicaciones morales que todo esto
está teniendo y tendrá. Implicaciones morales
tanto en la sociedad adulta como en los niños y jóvenes.
Porque no tiene justificación moral lo que el Sr. Mas
ha estado haciendo. Y es una inmoralidad, no por el objetivo en sí mismo. La
independencia de Cataluña no es cuestión ética, pienso yo, por lo tanto no
puede ser moral o inmoral. Ni la entiendo, ni la comparto de ninguna manera,
pero no la veo inmoral. Discutible, muy discutible, incluso me atrevo a decir
absurda desde mi punto de vista, pero no inmoral.
Lo que sí es inmoral, porque emana de un
planteamiento ético perverso, es el
modo en que se pretende alcanzar esa independencia. Reventar el consenso tan
duramente conseguido en este país; tomar decisiones unilaterales en contra de
la leyes democráticamente sancionadas por la mayoría; exigir a un gobierno
constitucional lo que saben muy bien que ningún gobierno constitucional, lo
haga mejor o peor, puede dar sin negarse a sí mismo; en suma, romper el estado
de derecho sin considerar en modo alguno las consecuencias, imposibilitando
cualquier posible diálogo, es una absoluta inmoralidad.
Y tanto más inmoral cuando sólo un tercio de los
catalanes tienen claro de un modo rotundo que desean esa independencia. No hay
apoyo popular real ni suficiente, sólo un apoyo parlamentario demasiado justo,
para meterse en semejante berenjenal. Y eso el señor Mas lo sabe, por eso se
“ha sacrificado”. Unas nuevas elecciones eran un riesgo excesivo. Mejor no
preguntar dos veces.
El fin no justifica los medios. Pero estos señores
creen que sí. Ese es su planteamiento ético. Y ya lo he dicho, no es el fin lo
inmoral, son los medios utilizados para alcanzarlo. Piensan que para alcanzar
“su” fin, vale todo. El fin justifica los medios.
Y esto es lo demoledor. Para lograr mis fines y los
de los míos, todo vale. No hay ley porque yo estoy por encima de la ley. No hay
diálogo, porque el único diálogo que acepto es el que me da la razón sin
concesiones. No mido consecuencias. Caiga quien caiga. Y avanzo. Yo y los míos,
los que piensan como yo. Al resto “que les den”. Aunque ese “resto” sea, palmo
arriba, palmo abajo, la mitad o algo más de la mitad de los ciudadanos de
Cataluña.
Este es el espectáculo que estamos viviendo.
Consecuencias políticas, económicas, sociales… y morales. Y ante esto, quizá por “deformación profesional”
pienso en nuestros niños, nuestros jóvenes. Si se fijan ¿qué van a ver? La
triste incapacidad de los adultos de entenderse con la palabra, de ponerse en
lugar del otro, de respetar las reglas del juego que ellos mismos se han dado. Una
actuación decididamente más allá de cualquier principio moral. Por esto mismo,
ya en 1935, Unamuno pidió perdón a los niños.
Están viendo, estamos viendo, la quiebra de los
principios morales más básicos que sustentan a una sociedad, que permiten el
estado de derecho; el fin de un planteamiento ético que nos permitió pasar de
la dictadura a la democracia en paz.
Y pase lo que pase en el ámbito político, en el
económico, en el social, cuente lo que cuente en el futuro la historia, el daño
está hecho, y sólo Dios sabe cuánto tardaremos en curarlo.
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