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Cervantes en el Quijote.

jueves, 11 de enero de 2018

Impúdica orgía de sentimientos infantiles.

¡ESTO NO SE HACE!

Vuelvo sobre el tema porque ayer noche fue la gran final. Y sigo sin poder evitar el asociar directamente la película Los juegos del  hambre con el programa Masterchef, y de un modo especialmente sangrante con la versión infantil de este aberrante reality show que tanto éxito tiene. En Panem también tenían éxito los juegos del hambre.
El paralelismo es total y escalofriante entre ambos programas de televisión, porque tanto el concurso a vida o muerte que se plantea en la película, como el masterchef junior no son más que concursos de televisión. Eso sí, concursos de los más inmorales que ha creado la tele, los "reality show".
Pienso que no exagero si digo que es contrario a los principios éticos más básicos hacer espectáculo de los sentimientos reales de las personas, aunque éstas se presten voluntariamente a ello en busca de la fama, del dinero o de un sentido a su vida que no encuentran.
Si además los protagonistas de ese espectáculo son niños la cosa tiene más morbo, claro está. Y eso es el programa de marras que ayer acabó su no sé qué edición y que tuvo, como en Panem, a millones de personas pegadas a la pantalla.
Parece ser que nadie se ha parado a pensar en las consecuencias gravísimas que en personas en plena formación tiene la bárbara presión psicológica que supone un concurso de estas características.
El inicial proceso de selección, la tensión en los programas, la frustración de las expulsiones, el endiosamiento de los ganadores, envuelto todo en la parafernalia de la televisión, y vivido ante millones de personas, es una experiencia que resultaría, de hecho resulta, difícil de gestionar para los adultos. Pues si esto es así con gente formada, teóricamente al menos, ¿cómo puede gestionarla un niño?
Pero claro, ¿a quién le importan los niños? El invento da dinero, y mucho a mucha gente. La cocina, degradada por cierto, como pretexto; y los niños, sus sentimientos, sus emociones, sus expresiones, su alegría y su dolor como una impresionante fuente de ingresos que es, en el fondo, de lo que se trata. Esto es el programa.
¿Dónde está la protección de la infancia? ¿Dónde los derechos del niño? De verdad que si tuviera dinero suficiente contrataría a un bufete de abogados para interponer una demanda millonaria a quien inventó, a quien lo exhibe y a quien se lucra con este programa. Va contra los derechos humanos y los derechos del niño.
Pero no tengo ese dinero y sé que anoche muchas familias entraron, sin conciencia de ello, en esa orgía de sentimientos infantiles expuestos impúdicamente a sus miradas de espectadores. Y luego a dormir tan tranquilos. Como en el Show de Truman, otra interesante película sobre la vergüenza pública de los "reality show". 
Esto a mí me parece muy triste, pero sobre todo me da miedo, porque veo con una claridad diáfana que cuando algo da dinero no respetamos ni a los niños, ni a nuestros niños. Si hay dinero en juego no respetamos nada. Sí, eso me da mucho miedo. Por eso, para ahuyentar algo ese miedo, comparto una vez más mi pensamiento y preocupación por este tipo de programas y en particular por Masterchef junior.

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