Con la
leve lluvia de ayer cayó la última hoja de nuestro roble. Ya lo tenemos algunos
años y con él sigo el paso de las estaciones allá arriba, en mis queridas
tierras del norte. Es pequeñito, pero sus hojas, unas pocas, son enormes y
bonitas, muy bonitas.
Es el
roble uno de mis árboles preferidos, y los robledales, unos bosques umbríos y
frescos, siempre misteriosos, que me gusta cruzar cuando voy camino de las
montañas, y en los que modero el paso al bajar de regreso al valle.
Le
dedico a este pequeño arbolito esta entrada. Un poema de Rosalía de
Castro, que ya publiqué, pero que vuelvo hacerlo en honor a nuestro roble, y dos fotos.
Torna, roble, árbol patrio, a dar sombra
cariñosa a la escueta montaña
donde un tiempo la gaita guerrera105
alentó de los nuestros las almas
y compás hizo al eco monótono
del canto materno,
del viento y del agua,
que en las noches del invierno al infante
en su cuna de mimbre arrullaban.
Que tan bello apareces, ¡oh roble!
de este suelo en las cumbres gallardas
y en las suaves graciosas pendientes
donde umbrosas se extienden tus ramas,
como en rostro de pálida virgen
cabellera ondulante y dorada,
que en lluvia de rizos
acaricia la frente de nácar.
¡Torna presto a poblar nuestros bosques;
y que tornen contigo las hadas
que algún tiempo a tu sombra tejieron
del héroe gallego
las frescas guirnaldas!
El suelo verde siempre y sus últimas hojas, con ese color único de los robles en otoño. |
Y los brotes, anunciando ya la primavera. Aún estarán así días y días, hasta que surjan las nuevas hojas |
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