Es
curioso lo claro que se ve ahora el miedo que le tiene mucha gente a la
soledad. Yo también, a la soledad impuesta también le tengo mucho miedo. Pero
no a la soledad elegida de vez en cuando libremente; incluso la necesito.
En las
breves salidas por el monte que me dejan hacer en estos tiempos feos, rara vez
me encuentro gente sola. Como mínimo parejas, muchas de las cuales es evidente
que no viven juntas. Ya he hablado de esto otras veces estos días.
Recuerdo
también, cuando trabajaba en el cole, lo mucho que les costaba a los chavales
estar solos haciendo alguna actividad. Enseguida se buscaban entre ellos.
Buscar
a los demás es bueno, y sano. Es natural. Somos seres sociales, y somos
plenamente nosotros mismos en el encuentro con el otro. Eso es verdad, pero
para que ese encuentro tenga toda su profundidad, hay que estar solo de vez en
cuando.
¿Por
qué? Entre otros motivos, por esto que dice Ernesto Sábato, el escritor
argentino.
"Siempre,
decía Bruno, llevamos una máscara, que nunca es la misma, sino que cambia para
cada uno de los lugares que tenemos asignados en la vida: la del profesor, la
del amante, la del intelectual, la del héroe, la del hermano cariñoso. Pero
¿qué máscara nos ponemos o qué máscara nos queda cuando estamos en soledad,
cuando creemos que nadie, nadie, nos observa, nos controla, nos escucha, nos
exige, nos suplica, nos intima, nos ataca?"
Interesante
reflexión, ¿verdad?
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