Leyendo
un libro de Miguel Delibes, titulado Viejas historias de Castilla la Vieja,
encontré un curioso dialogo entre un padre y su hijo de catorce años que me
hizo pensar en los ninis, es decir, en esos jóvenes que ni estudian ni trabajan,
no porque no puedan, sino porque no quieren.
La anécdota
tiene su gracia.
Nos
situamos en un pueblecito castellano. Cerca del pueblo hay un extenso páramo
inhóspito y deshabitado, a donde el padre de este niño tiene costumbre de ir
cuando ha de tomar decisiones importantes. El vacío y la soledad le ayudan.
Os
dejo con Delibes.
Y al
cumplir los catorce, Padre me subió al páramo y me dijo: “Aquí no hay testigos.
Reflexiona: ¿quieres estudiar?” Yo le dije: “No”. Me dijo: “¿Te gusta el
campo?”. Yo le dije: “Si”. Él dijo: ”Y trabajar en el campo?”. Yo le dije:
“No”. Él entonces me sacudió el polvo en forma y, ya en casa, soltó al Coqui y
me tuvo cuarenta y ocho horas amarrado a la cadena del perro sin comer ni
beber.
Como
veis es una acertada y breve descripción de lo que es ser un nini, aunque la
forma que tiene el padre de demostrarle a su hijo que lo es, resulta hoy en día
un tanto… brusca. Si el niño tiene vocación de perro, lo trata como a un perro.
Más claro agua.
No
digo que este señor esté haciendo lo correcto, pero me da la impresión que
actualmente estamos haciendo justo lo contrario. Y ninguno de los dos extremos
es el acertado, creo yo.
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