Cuando
los políticos hacen las cosas mal, el asunto tiene consecuencias. Y esas
consecuencias, siempre, acaban provocando mucho daño a las personas. Y aquí las
están haciendo muy mal; no sé en otros países.
Entre
otras muchas cosas mal hechas, antes, durante y seguro que después de “la
peste”, está la desescalada que dicen. Caótica y llena de incoherencias. Y
menos mal que aún sigue el estado de alarma, porque de lo contrario aún sería
peor.
Y no
voy a volver sobre el tema de las restricciones irracionales para el acceso a
la naturaleza sino, en irritante contraste, voy a hablar de las normas para la reanudación
de la vida social.
Yo soy
el primero que necesito y ansío volver a quedar con mis amigos a almorzar, a
comer o a cenar. Que deseo con toda el alma volver a las cenas de los jueves, y
a una caldereta de cordero con mis compañeros del cole. O a una cena más
íntima, en “petit comité”, con alguno de los muchos amigos con que Dios nos ha
bendecido. Y digo amigos con todo el sentido de la palabra.
Pero
si para ir a misa tengo que hacerlo con mil precauciones, y el sacerdote se
pone la pantalla para darme la comunión; si para andar por la calle, si hay
gente, tengo que ponerme el “odioso bozal”; si para ir a la farmacia, al
supermercado, a comprar unos clavos o un geranio, he de ponérmelo también; si
he de pensar lo que toco, lavarme las manos mil veces y no llevármelas a la
cara nunca; si he de ceñirme a unas franjas horarias, bastante absurdas, por
cierto; si ni siquiera, y ya lo he dicho muchas veces, puedo salir al monte
libremente aunque sea sólo…
¿Cómo
puedo irme a un bar, o quedar a cenar en casa con los amigos, ¡hasta diez!
cuando para eso he de quitarme “el bozal”; tocar en un bar cosas que no sé quién ha tocado, ni quién tocará; y
por supuesto, no puedo mantener esos angustiosos dos metros de distancia de
seguridad?
Esto
no tiene ni pies ni cabeza. Y ante estas medidas incoherentes y
contradictorias, el ciudadano tiene dos caminos. El restrictivo, movido por el
miedo o la prudencia; o el ¡“a fer la ma”, sea lo que Dios quiera!
Pero
ha de ser una decisión del ciudadano, que desprotegido por las propias normas que se supone que le protegen,
ha de hacer de su capa un sayo y “tirar palante” como pueda.
Yo,
con todo el dolor de corazón, tomo la opción restrictiva. Porque no sé a qué
atenerme, porque la incoherencia extrema me confunde y me genera mucho miedo. Porque
a esta pesadilla, de la manera que lo están haciendo, no le veo un despertar.
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