Voy a
volver sobre un tema del que ya hablé, la nueva normalidad. En aquel momento el
asunto me mosqueaba; aunque ya no me mosquea, ahora me desagrada.
Nunca
ha estado claro si el lenguaje cambia la realidad, o es la realidad la que al
cambiar, cambia el lenguaje. Yo me inclino por esta segunda posibilidad. Creo
que al cambiar la realidad, el lenguaje cambia para expresar la nueva realidad,
pero no al revés. Pienso que si queremos cambiar la realidad a fuerza de
cambiar el lenguaje estaremos manipulando.
Y esto
es lo que pasa con la nueva normalidad. Se pretende, no sé quién ni para qué,
que a fuerza de llamar normalidad, y además nueva, a esta realidad que tenemos
ahora, el personal, tan dócil, acabe creyendo que ya estamos en una situación
normal.
No. Yo
no trago. Ni normalidad, ni nueva. Esto ha sido, es y sigue siendo una
situación excepcional, fea, desagradable y angustiosa. Mal que nos pese es así,
y llamarla de otra manera es, cuanto menos, una idiotez.
Porque
no poder besarnos, ni abrazarnos, ni darnos la mano, no es normal. Porque tener
que ponerse la odiosa mascarilla, el bozal, para salir de casa en cuanto haya
gente a donde voy, no es normal. Porque tenerme que sentar en la iglesia bien
lejos de los demás, no es normal. Porque tener que lavarme las manos muchas
veces al día, no es normal. Porque no poder rascarme un ojo si me pica, no es
normal. Porque no poder acercarme para hablar con la gente a menos de dos
metros, no es normal. Porque no poder acudir a mi médico pidiendo cita, como
siempre, no es normal. Porque para entrar en comercios o grandes superficies
tenga que seguir poco menos que un juego de pistas, no es normal. Porque hablar
con el cajero o el dependiente a través de mamparas, no es normal. Porque un
partido de fútbol con el estadio vacío, no es normal. Porque ir en tren o en
metro, poco menos que huyendo del personal, no es normal. Porque que se hayan
suspendido todos los eventos masivos, Olimpiadas incluidas, no es normal.
Porque ver las terrazas de los bares llenas de gente sin mascarillas, ni
distancias de seguridad, y sentir estupefacción y no entender nada, no es
normal. Porque vivir con el miedo que se me ha metido en el cuerpo, no es
normal…
No, no
es normal. No es normalidad, ni nueva ni vieja. Y pretender que esto vaya a ser
lo normal en adelante, porque a esta anormalidad yo le llame nueva normalidad,
es una solemne majadería.
Supongo
que algún día llegará la normalidad, la verdadera, la de siempre. Como llegó
después de las pestes a lo largo de la historia, o de la llamada gripe española,
ya en el siglo XX. Pasó lo que pasó, y pasó del todo. Y se volvió a la
normalidad.
Esto
es lo que pasará. Volverá la normalidad, sí; pero no sabemos cuándo. Hasta
entonces estaremos en una situación excepcional que, poco a poco, irá dejando
de serlo. Pero será excepcional, y además rara, fea, desagradable. Y punto.
Poniéndole un nombre bonito no cambiamos nada, hacemos el gilipollas.
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