Aplaudí
cuando se decretó el estado de alarma que, aunque tarde, por fin llegó. He
callado mientras aguantamos el duro, pero necesario, confinamiento. Sin
embargo, a medida que van pasando los días, veo una sombra creciente, como la
de Saurón en el Señor de los anillos, que va creciendo y haciéndose fuerte. Y
no es el maldito virus.
Por
eso vuelvo a “hablar de política”.
Decisiones
extrañas, como derogar íntegra la Reforma Laboral, que dicho sea de paso nos
sacó de la pasada crisis económica, cuando hemos entrado de lleno en otra mucho
peor que aquella; cuando el futuro es pura incertidumbre. O la destitución
fulminante del jefe de la Guardia Civil que investigaba las concentraciones y
manifestaciones del 8 de marzo. Concentraciones y manifestaciones que no se
debía haber autorizado, y más sabiendo como sabían lo que se nos venía encima.
Y como
estas, otras decisiones, torpes e inoportunas, ante las que yo me pregunto si
responden a eso, a una inaudita torpeza, a una falta de inteligencia casi
absoluta para gobernar una democracia, o a un plan perfectamente trazado para
llevarnos a un objetivo que desconocemos; pero que ellos sí conocen y han
acariciado largamente.
Preferiría
la primera posibilidad, pero lamentablemente me inclino por la segunda. No creo
que esta sombra creciente sea cosa de gente tonta, sino de mala gente. Mala
gente que se dispone a pescar en río revuelto; y que está preparando sus aparejos.
A río
revuelto ganancia de pescadores. Nuestra sociedad es ahora ese río revuelto.
Una sociedad sumisa y acrítica, asustada por el impacto brutal de la pandemia y
sus consecuencias, muchas de ellas aún en gestación.
Y los
pescadores harán su agosto. El bicho se lo ha puesto a huevos. Y ese agosto de
los pescadores puede ser, para la mayoría, un largo, larguísimo invierno.
Espero
equivocarme.
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