Estaba
almorzando un día de estos en un bar de carretera donde, dicho sea de paso,
observan escrupulosamente todas las medidas de prevención, cuando cerca de mí
se sentaron dos policías municipales, jóvenes ambos, de pueblos distintos.
Como
en el bar estábamos solos ellos y yo, aunque había más de dos metros de
distancia entre nosotros, oí algo de la conversación que, tras sentarse, se
apresuraron a iniciar. Estaban indignados.
Decía
uno, yo le dije, "tú tienes padres, abuelos, ¿no piensas en ellos? Esto es un
mal rollo, me la trae floja, que se apañen", me respondió. El otro asentía con
la cabeza, añadiendo después, "sólo les importa la fiesta, lo demás les da
igual. A mí me han llegado a decir, pues si les toca, que se jodan".
Irritación,
cansancio e impotencia detecté en la conversación. Y me tomé el café de un
trago para irme pronto, y que lo que oía no me aguara un día de montaña que se
presentaba espléndido, como así fue.
La
pandemia se resiste a ser controlada, y entre otras muchas causas de esto, el comportamiento
de muchos de nuestros jóvenes es una de ellas. Y digo de muchos, no de todos,
pero es que muchos son muchos.
Quizá
sea momento de reflexionar sobre ello, aunque sé que a nivel institucional y
social no se hará. Y que nada cambiará en el futuro por eso, porque no habrá
reflexión, y más aún, porque aunque la hubiere, nadie tendrá los redaños
necesarios para tomar las medidas pertinentes.
Estamos
recogiendo lo que sembramos. Siembra viento y recoge tempestades. De aquellos
polvos vienen estos lodos. Refranes ciertos que nos permiten decirle a más de
uno, ¿veis lo que habéis hecho, imbéciles? Y este imbéciles no va precisamente
por los jóvenes.
Veo
tres motivos muy claros por los que la conversación que medio escuché se estaba
dando. Uno de ellos es el acoso y derribo del principio de autoridad. Durante
toda la democracia, quizá como reacción, se ha ido erosionando, con estúpidos
planteamientos pedagógicos y simplonas ideologías llamadas progresistas, la
autoridad en la familia, en la escuela y en el ámbito social. Muchos padres,
profesores, policías y hasta la Guardia Civil, han visto impotentes, cómo crecía
la soberbia, la osadía, la falta de respeto por todo y por todos, de muchos
jóvenes. Y ahora, que haría falta que obedecieran, y subrayo obedecieran, a la
autoridad, no quieren hacerlo; además no saben, y nosotros tampoco sabemos ya
cómo hacer que obedezcan, que respeten, que cumplan normas. A ver quién es el
guapo que lo intenta.
En
segundo lugar veo que hemos pasado de una sociedad donde la edad significaba
experiencia, saber hacer, a una en la que los años son signo de decadencia, lo que
implica anquilosamiento y disminución del rendimiento. Grave error este que
empobrece a todos y provoca una constante repetición de errores, lo que impide
un progreso real. Dime de qué presumes y te diré de qué careces. ¿Entendéis,
no? El tan cacareado progresismo, bandera de una sociedad que ha endiosado a la
juventud, ignorando y arrinconado la voz de la experiencia. Muchos jóvenes
piensan que después de todo, ¡qué importan los viejos! ¿Qué nos aportan? Es
esta una sociedad que no ha sido capaz de unir el vigor de la juventud con la
experiencia de la madurez, lo que significaría el auténtico progreso. A una
juventud endiosada, soberbia, creída, que sabe más que nadie ¿quién le dice que
eso no se hace?
Y
finalmente habría que preguntarse también, ¿cómo pretendemos pedirle a alguien
un comportamiento moral cuando ha sido educado sin principios morales claros y
coherentes? Permisividad, hedonismo, utilitarismo y egocentrismo. Es, en pequeña escala, el
individuo que pone la música que a él le gusta a todo meter en su casa y la
sufre todo el vecindario. Se lo han permitido desde niño, le resulta
placentero, le es útil para estudiar o trabajar, o no aburrirse; y además es de los de yo, yo y yo, y a los
demás que les joda un pez, como dice un amigo mío. Añadidle a esto el
relativismo moral, no hay principios morales absolutos; la manipulación
ideológica, la política al servicio de los políticos; y unos medios de
comunicación, cuyos criterios son la audiencia y el fiel servicio a sus “amos”,
y ya tenemos el pastel completo.
En
resumen, jóvenes incapaces de reconocer autoridad alguna, endiosados y sin
moral. Es lo que, en nombre del progreso y la libertad, hemos creado.
No
quiero acabar sin repetir que esto no dibuja a todos los jóvenes. Sí a
demasiados. Conozco, y conoceréis jóvenes, y me atrevo a decirlo, obedientes, y
no por eso menos libres; a jóvenes humildes y respetuosos, y no por eso menos
emprendedores y vitales; a jóvenes con sólidos principios morales que hacen de
su vida un servicio a la sociedad y un compromiso por un mundo mejor.
Pero
nos están haciendo tanto daño los otros…
En la sociedad actual, y mejorando lo presente "De esos polvos vienen estos bobos".
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