Voy a compartir esta tarde la entrada que nuestro amigo José Luis, sacerdote, dedicó ayer a mi madre, en su blog, Umbral de zona. En agradecimiento a él, por sus palabras, y en homenaje a mi madre.
Esta
mañana he estado de entierro, acompañando a mis amigos Jesús, Paco y Lourdes
que han perdido a su querida madre, Maruja. Ayer repentinamente se quebró su
larga vida. En la celebración funeral he dicho yo unas palabras que me han
dejado sólo a medias de lo que quería expresar. La emoción me invadía porque
los recuerdos que tengo yo de esta persona son muchos y muy emotivos. En muchos
momentos ella fue para mí, como una madre.
Cuando
hemos salido del cementerio tenía esa sensación que a veces acude a mi alma,
andar entre la pena y la esperanza; dejábamos sus restos mortales allí en el
nicho y encerrábamos en su oscuridad todo lo que fue perecedero en su vida.
Fuera, con nosotros, nos acompañaba todo lo hermoso y bello que su esposo
Federico y sus hijos vivieron con ella. Cosas hermosas de las que yo también
tuve la suerte de participar porque con ella me sentía siempre muy bien, como
si fuera un miembro más de su propia familia.
La
muerte siempre nos descoloca y cuando nos toca de cerca, buscamos en medio de
la tristeza y la pena poder de nuevo situarnos. Ser creyente nos sitúa de nuevo
en la clave: también Dios, precisamente está con nosotros. Esta muerte no es
una más, es la ocasión de recordar que la ausencia que nos entristece es parte
del amor que ella nos dio y al que nosotros correspondimos.
Por
eso, sus hijos, al final de la ceremonia del entierro, no han hecho más que dar
gracias por esta madre, Maruja, que Dios les dio.
Su
alegría íntima, su admirativo amor hacia todo lo que le rodeaba, su optimismo
vital, su generosidad constante, borraba muchas veces los defectos que
lógicamente también ella poseía. Maruja, a lo largo de sus muchos años sembró
de buenos ejemplos su vida; que éstos queden siempre en el corazón de sus hijos
y de todos los que la quisimos tanto.
Descansa
en paz.
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