FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

lunes, 28 de septiembre de 2015

No son mayoría.


Ya lo decía en la anterior entrada. Estamos a donde nunca deberíamos haber llegado. A una situación de la que no hay posible salida a no ser que, quienes han demostrado durante muchos años la más absoluta incapacidad de asumir y superar la historia, y de mirar a su alrededor con objetividad y respeto, por alguna suerte de milagro, fueran capaces de mirar adelante, en vez de atrás, y de enterarse, más allá de los símbolos, de la realidad callada que les rodea.
Pero soy pesimista. Rencores antiguos, enemigos de ayer, que no de hoy, opresores que hace ya mucho tiempo dejaron de oprimir… y un enjambre de banderas creando un torbellino emocional,  han arrastrado a miles de personas a perder el sentido de la realidad, creyendo descubrir a un enemigo que nunca ha existido.
Pero pese a todo esto y más, el hecho, hoy, es innegable. De cinco millones y medio de electores no llega a dos millones los que han dicho que sí a la independencia. Algo más de dos millones han dicho que no, y más de millón y medio no saben, no contestan. Son los independentistas una minoría importante, significativa, minoría que merece, qué duda cabe, respeto, pero como también merece respeto toda esa gente que o ha dicho que no, o ha callado. Y son la mayoría, bastantes más de tres millones de personas que, o bien quieren seguir siendo catalanes en España, o les da igual, o pasan del tema, o no lo tienen claro, pero que desde luego no han dicho que si.
Sin embargo, en virtud de esa aritmética parlamentaria, siempre un poco confusa y difícil de explicar, esa minoría puede acabar teniendo el poder de consumar un proceso que a nadie va a hacer bien. Y eso es lo terrible.
No se puede construir un país ni en contra, ni al margen de la mayoría de sus ciudadanos. No es ni política, ni social, ni moralmente aceptable. Entramos de lleno en el fanatismo, la intolerancia, el dogmatismo que llevan al enfrentamiento, a la ruptura social, al dolor…
La sociedad catalana está rota, partida en dos y el Estado español ante una situación imposible. ¿Quién, en su sano juicio, puede desear esto? ¿Es  motivo de alegría? ¿Hay algo que festejar?
Si los resultados de estas elecciones hubieran dado, en número de votos, no en escaños, una mayoría importante, rotunda, al independentismo, el Estado, mal que le pesara, tendría que aceptar la voluntad de un pueblo, unido por un proyecto, que habría hablado alto y claro. Porque sólo la voluntad rotundamente mayoritaria de los catalanes legitimaría un paso de tan gigantescas consecuencias, como es la separación de Cataluña de un país del que siempre ha formado parte, al que está íntimamente unido por mil lazos, y a cuya construcción ha contribuido durante siglos, España.
Estuve ayer en el Pirineo, en el valle de Tena. Por un acuerdo tácito, no pusimos la radio en el viaje de regreso, y no quise poner la tele en casa. Quería dormir tranquilo. Pero desde que esta mañana me he enterado de los resultados y he visto y oído a algunos de los que han ganado “parlamentariamente hablando”, una sombra se ha cernido sobre mí. Y sé que es la sombra del miedo.

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