FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

martes, 1 de diciembre de 2015

En la plaza, de Vicente Aleixandre. Es largo, ¿te atreves?


Es un poema largo. Ante él, te pueden pasar cuatro cosas.
Que ni lo leas. ¡Quién dedica tiempo a leer hoy un poema! Y además un poema largo. No es ocurrente, no es gracioso, no es viral en la red… Pues no lo leas. ¡Total "pa" qué!
Que lo leas y te deje indiferente. Que digas, pues bueno, pues vale. Que no te diga nada de nada. ¡Feliz tú si un poema así no está escrito para ti! Sigue a tu marcha.
Que tras leerlo sientas que el poeta te está diciendo algo, te indica un camino que recorriste en algún tiempo pasado, o que has de recorrer ahora, o quizá mañana. Y lo vas a hacer. Te recuerda que lo debes hacer, y quieres y puedes. Te habrá gustado leerlo. Lo releerás.
Que te toque hondo, que te toque donde más te duele, y no teniendo otro alivio, habrás encontrado en Vicente Aleixandre alguien que te entiende. Y la belleza de sus palabras será un bálsamo que apaciguará el dolor hondo por no poder hacer lo que dice que hagas. Porque no introducirás tus pies en la espuma, aún sabiendo que no es bueno quedarte en la orilla. Ya no puedes bajar a la plaza.

Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo,
sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,
llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.

No es bueno
quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca.
Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha
de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita extendido.

Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,
y le he visto bajar por unas escaleras
y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse.
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido.
Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe, con temeroso denuedo,
con silenciosa humildad, allí él también
transcurría.

Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.
Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,
un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,
su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.

Y era el serpear que se movía
como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,
pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.

Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede reconocerse.
Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,
quisieras algo preguntar a tu imagen,

no te busques en el espejo,
en un extinto diálogo en que no te oyes.
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.

Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho amor y recelo al agua,
introduce primero sus pies en la espuma,
y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega completo.
Y allí fuerte se reconoce, y se crece y se lanza,
y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.

Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.
Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!


¿A cuál de las tres te apuntas? Porque a la primera, si has llegado aquí, no te has apuntado.

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