Estoy seguro de que el tío Benito no sólo lo
entenderá, sino que además le parecerá genial que haya escrito estas líneas
unos días después de que nos dejara para irse a la casa del Padre. Hubiera
querido escribirlas en el momento en que me enteré, pero estaba de convivencias
con primero y luego con segundo de
Secundaria. Sí, ¡Claro que le parecerá bien! “Estava amb els xiquets.”
Cuando hace ya 33 años vine al pueblo, fue el tío
Benito una de las primeras personas que destacaron con nombre propio entre las
muchas que poco a poco se fueron perfilando y enlazándose de una u otra forma a
la andadura de mi vida.
Me llamó la atención su gran capacidad de trabajo, su
constante disponibilidad, su humildad. Ese estar siempre al servicio de la
parroquia de un modo tan eficaz como discreto.
Lo recuerdo en las misas del Junior, los domingos,
organizando, poniendo orden. Lo veo en la procesión del Cristo, de aquí para
allá, para que todo transcurriera bien, sin cortes, sin parones. Sé de su
entrega a la reconstrucción del teatro Cervantes, a la creación del campamento
de Siete Aguas y a su mantenimiento…
Su vida ha sido, de verdad, una vida de entrega desde
la discreción y el silencio, era hombre de pocas palabras y mucho trabajo.
Serio pero con esa sonrisa suya, cuando había que sonreir, que tanto me
gustaba. El tío Benito me daba seguridad, me inspiraba confianza.
Entregado en cuerpo y alma a su parroquia, a su
comunidad parroquial, le tocó también sufrir el “destierro”, tuvo que cruzar un
desierto para llegar a la Tierra Prometida
desde donde ahora ya goza de la plenitud, de la vida para siempre. Una vida
que, ya aquí, entre nosotros, tuvo pleno sentido y anunciaba en su entrega a
los demás esa otra vida que ya no tiene límites.
Hará un par de años, tuvimos Isabel y yo un privilegio
que lamentamos no poder retener en una fotografía. Lo pensamos tarde y, en
cualquier caso, quizá hubiera sido irrespetuoso. Era primavera avanzada, hacía
ya calorcillo, y pasamos con el coche por la plaza. Serían las cuatro de la
tarde y no había nadie, excepto el tío Benito, sentado en los escalones de la
iglesia, pegadito a la pared. Parecía ausente, como si no mirara afuera, sino
adentro, muy adentro. No nos vio. A nosotros se nos quedó la imagen que
conservo absolutamente nítida en la memoria. Y ese recuerdo es un privilegio.
Significaba tanto aquella escena. Era tan…tan hermosa. Tan llena de sentido.
Esa es la imagen con la que quiero recordar al tío
Benito. Sentado junto a su querida parroquia, esperando en paz ese último paso
de su vida entre nosotros, que le ha abierto ya las puertas al abrazo del
Padre.
En el nombre de mucha gente y en el nuestro, ¡gracias
tío Benito!
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