Este
fin de semana pasado pude disfrutar de una ascensión en el Pirineo, sencilla
pero muy bonita. Salí de noche con una atmósfera en calma absoluta y bajo un
cielo lleno de estrellas. Hacía frío, pero no excesivo. Llegué a la cima tres
cuartos de hora antes de la salida del sol. Soledad y silencio.
Allí
ha llovido mucho, y en altura la nieve aún permanecía dándoles a las montañas
ese aire de grandeza que les da el invierno. Los ríos bajaban caudalosos,
bravos. Los valles, aún otoñales, eran la fiesta de color de la estación del
año que más me gusta.
¡Qué
diferencia con el triste y absurdo otoño que estamos sufriendo aquí! Sequía y
viento, viento y sequía. Y sigue el viento, y a la lluvia no se le ve por
ninguna parte. Más aún, a medio plazo parece ser que vuelven las ventoleras.
Comparto
algunas fotos a continuación. Las montañas son el macizo del Monte Perdido, la ermita, la de Espierba, la farola al atardecer, Gistaín. La cima que subí, el Tozal Blanco, en el valle de Pineta.
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