Hace
ya tiempo que me está tocando las narices el tema de los abusos sexuales en la
Iglesia. Voy a intentar enfocar el asunto como creo que debe enfocarse.
En
todo el amplio sector social que tiene relación directa con niños y jóvenes, en
el que se sitúa la Iglesia como uno más, importante pero uno más, ha habido,
hay y habrá abusos sexuales. En todos, no solo en la Iglesia.
Esto
no le quita gravedad ni exime de responsabilidad alguna ni a la Iglesia ni a
nadie. No vale eso de que en todas partes cuecen habas… Pero tampoco está bien centrarse
exclusiva y machaconamente solo en un sector cuando sabemos bien que no es el
único implicado.
Lo más
sangrante del asunto para la Iglesia, y en eso sí puede diferenciarse de los
otros implicados, es la incoherencia radical del que abusa y a la vez habla en
nombre de Dios, y de quienes ocultan estos abusos. Una incoherencia absoluta y
repugnante que provoca un dolor inmenso para las víctimas, y que es una gran vergüenza
para los verdugos. Y escándalo para todos. Y de eso Jesús dice en el Evangelio:
“Es
imposible que no haya escándalos; pero ¡ay del quien los provoca! Al que
escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le ataran al cuello una
piedra de molino y lo arrojasen al mar”. Lc.17,1-2.
Los
abusos sexuales sobre menores deben ser perseguidos y castigados allá donde se
den, y la misma presión que se ejerce sobre la Iglesia debe ejercerse sobre
todos los demás ámbitos donde pueden darse estos abusos, tales como el
familiar, el deportivo, el educativo, el del asociacionismo juvenil, el de la
protección de menores…
Este creo
que es el enfoque correcto. Hacerlo como se está haciendo por parte de
determinados políticos y los medios afines a ellos, desvirtúa y resta
credibilidad a tan justa y necesaria lucha, porque se nota demasiado que buscan
más hacerle el máximo daño posible a la Iglesia, que hacer justicia, reparar
los daños causados y evitar nuevos casos.
Y es
esto además una ofensa y un desprecio hacia las víctimas que son
instrumentalizadas para, aprovechándose de su dolor, desprestigiar y perseguir
a una institución que es mucho más grande y más digna que esa oscura y sórdida
aberración que tristemente también se ha dado en su seno y que atenta
frontalmente contra sus más sagrados principios.
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