Siempre
que paso por el estrecho sendero y veo al otro lado del barranco, en lo alto de
la pared, este pino solitario, pienso lo mismo. Hoy voy a compartir este
pensamiento.
Antaño
estaba en un hermoso y extenso pinar que se asomaba a las paredes de roca caliza
que caen sobre el río. El fuego lo dejó solo, milagrosamente, pues lo normal
hubiera sido que se quemara como todos sus compañeros.
Y ahí
sigue, vivo, haciéndole frente al viento, al frío y al calor, a los rayos, pues
al estar alto y aislado es más vulnerable, y sobre todo a la soledad. Es más
cómodo y seguro ser uno más del pinar. Se está más protegido. Ahora no hay
pinar, está él solo frente a los elementos.
Cada
vez que voy por allí y llego a ese recodo del sendero desde el que se divisa
por primera vez, temo que ya no esté. Y cuando hay tormenta o soplan esos
vientos salvajes de poniente, en ocasiones me viene a la memoria y lo pienso
allá arriba, resistiendo, resistiendo solo.
Es
todo un símbolo de la fuerza de la vida, del coraje de seguir aferrado a ella
cuando todo está en contra. Le tengo cariño a ese pino.
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