Se
quejaba un amigo de que tiene alumnos no ya solo maleducados, sino amorales, es
decir, sin un criterio mínimamente asumido que les ayude a discernir lo que
está bien de lo que está mal.
Y es
verdad. Esto está pasando, y cada vez más, pero no me extraña porque es la
sociedad entera la que carece de ese criterio. Y ellos viven en esta sociedad.
Una
prueba muy clara está, por ejemplo, en la publicidad de un producto para lavar
la ropa. No lo nombro; lo reconoceréis enseguida.
Aparece
un adolescente que dice a sus padres, muy alegre, que ya está todo recogido, y
se va. Se quedan sorprendidos aunque suponen la verdad. A renglón seguido se ve
cómo sus muy amables y complacientes progenitores sacan una camiseta sucia y
maloliente del armario del chavalín. El anuncio acaba con él poniéndose la
camiseta limpia, todo sonriente, ante la madre también muy sonriente.
¿Cómo
queremos que este chaval aprenda a distinguir lo que está bien de lo que está
mal? El chaval lo ha hecho mal y encima ha mentido. La consecuencia es que sus
papás hacen lo que debería haber hecho él y más, y encima parecen la mar de
contentos y “pagaos” con su hijo. ¡Cuántos papás hay de estos!
A su
servicio, aunque sea un guarro y encima mienta.
El
anuncio, como veréis, es perverso porque normaliza más todavía lo que lamentablemente
es demasiado normal. Porque un chaval que funciona así en su casa, funciona así
allá donde va. Y ¿qué puede hacer mi amigo ante esto? Desesperarse. Porque a
ver quién es el guapo que les dice a esos papas que su hijo no cumple con sus
obligaciones y encima miente.
A ver.
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